Hay una música que no suena en mis dedos cuando tocan las teclas, una melodía rota que se escapa entre las palabras que no llegan. No soy escritor, pero llevo dentro la sed de quien ha caminado por desiertos de páginas en blanco, la nostalgia de quien mira desde afuera el banquete de las letras. Cuánto me gustaría serlo, serlo como quien respira sin darse cuenta, como quien ama sin premeditación.
En las noches largas, cuando el silencio se vuelve espeso como miel antigua, imagino que mis manos saben tejer historias con hilos de luz. Que las palabras me buscan como gatos hambrientos, que se acurrucan en mi regazo y ronronean secretos que solo yo puedo escuchar. No soy escritor, pero sueño con serlo en ese momento fugaz entre el sueño y la vigilia, cuando todo es posible y la realidad se doblega ante la voluntad de los soñadores.
Me gustaría ser el arquitecto de mundos imposibles, el jardinero de metáforas que florecen en primaveras inventadas. Que mi nombre fuera una puerta que se abre hacia territorios inexplorados, un faro para los náufragos del alma. No soy escritor, pero cargo con el peso luminoso de todas las historias no contadas, de todos los versos que se quedaron huérfanos en el umbral de mi boca.
Cuánto me gustaría que las palabras fueran mis cómplices, mis amantes fieles, mis soldados en esta guerra silenciosa contra el olvido. Ser el traductor de silencios, el coleccionista de instantes que brillan como monedas de oro en el fondo oscuro del tiempo. No soy escritor, pero quizás en este deseo ardiente, en esta confesión desnuda, ya lo soy un poco, ya habito en los márgenes del reino donde las letras danzan y los sueños cobran forma.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario