Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

HASTA QUE LLEGASTE TÚ

Había olvidado que el corazón también respira. Que late de otra manera cuando alguien pronuncia tu nombre en medio del silencio. Andaba yo por la vida como quien camina descalzo sobre vidrios rotos, desconfiando de cada paso, de cada mirada, de cada palabra que sonara demasiado dulce. El amor se me había convertido en una cicatriz que dolía al tacto, en una puerta cerrada que ya ni siquiera me atrevía a tocar.

Guardaba mis sentimientos bajo llave, como quien esconde dinero de una guerra que nunca termina. Me había acostumbrado a la soledad de dos, a esas relaciones donde uno está pero no vive, donde uno abraza pero no siente. Y así me fui volviendo piedra, muralla, fortaleza vacía.

Pero entonces apareciste tú. No con fuegos artificiales ni promesas de telenovela. Llegaste como llega la madrugada después de una noche muy larga: despacio, sin hacer ruido, iluminando todo. Y yo, que ya había jurado no volver a arriesgar el pellejo en esto del amor, me encontré bajando las defensas, abriendo ventanas que llevaban años clausuradas, dejando entrar el aire fresco de tu risa.

Volvió a creer en el amor este corazón escéptico, este que ya se había resignado a latir por costumbre nomás. Y no fue magia ni milagro—fue simplemente que llegaste siendo quien eres, sin máscaras, sin juegos, siendo verdad en un mundo que se había vuelto puro disfraz. Y eso, mi amor, eso fue suficiente para que volviera a creer.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario