No hubo palabras, ni un gesto que delatara el temblor oculto; solo un encuentro de almas, delicado y preciso, que caminaba sobre la cuerda floja de lo posible y lo eterno. Y en ese roce invisible quedó la promesa de algo invisible, una conversación callada escrita en la luz que aún ilumina el recuerdo, esa señal indeleble que nos persigue cada vez que la mirada busca otra mirada.
Yo no te olvido, habitas en un lugar donde nadie puede tocarte, donde nadie sabe que existes, donde nadie puede herirte, ni yo con mi olvido, ni tú con tu ausencia.
Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.
NUESTRAS MIRADAS SE CRUZARON
Nuestras miradas se cruzaron en ese instante suspendido, como dos cometas que se rozan sin saber si el viento las llevará al mismo cielo. Fue un golpe sutil, una electricidad muda que atravesó el tiempo y el espacio, desafiando el silencio. En esa fulminación breve, todo el universo pareció encogerse para escucharnos, para revelar secretos que solo los ojos saben guardar.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario