Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

El viejo faro

Ese día casi a punto de caer la noche Entusiasmo volaba a toda velocidad llevando una valiosa pasajera, la Princesa Ángel, ambos queriendo llegar desde el lejano Reino del Sur al Bosque Encantado para alcanzar al Caballero de la Rosa.

Mientras en el Bosque Encantado el caballero regresaba de una pequeña saliente en donde había encontrado un viejo faro y a todo galope pasaba por la orilla del Mar de la Ilusión, en este punto se encontraron los enamorados, con el corazón lleno de júbilo se vieron, cada uno se apeó para fundirse en un abrazo rebosante de felicidad de estar juntos.

Disimuladamente y sin que los enamorados lo notaran Corcel y Entusiasmo se retiraron sigilosos hacia el otro extremo del bosque para respetar la intimidad de aquellos. Al llegar a un acantilado descansaron ambos e intercambiaron miradas de complicidad, el noble bruto con su mirada penetrante y profunda, el dragón con su mirada curiosa y llena de vitalidad, ambos felices de ser parte importante en los encuentros entre la princesa y el caballero, que cada día se prodigaban un intenso amor.

Corcel preguntó al dragón golpeando con su pata el suelo: “¿Qué estarán haciendo ahora?” “Demostrándose su amor” contestó el joven y mitológico ser entre una sonrisa de picardía.

A la orilla del mar la princesa y el caballero se contaban los pormenores de su día, mientras lentamente caminaban tomados de la mano, no había mucho por decir, les bastaba estar juntos para que el universo entero desapareciera, en ese momento solo eran ellos prodigándose amor.

La princesa se sentía cansada, él la tomó en sus brazos y la llevó hasta el viejo y frondoso árbol frente al mar para que vieran el crepúsculo juntos, la sentó en sus piernas, un placer que llenaba de vida al caballero, ella recostó su cabeza en el hombro de él, se hizo un silencio profundo, para poder escuchar que el corazón de cada uno latía a un mismo ritmo. A lo lejos se alcanzaba a distinguir el viejo faro, el campeador pensaba que sería más fácil restaurar el faro que hacer una nueva fuente, idea que lo que tenía obsesionado. No pensaba reconstruirlo para que alguna nave se acercara, más bien como una advertencia de que no podrían atracar ahí, pues más allá del mar que resguardaba el bosque existía una cadena de arrecifes imposibles de sortear, pues el Bosque Encantado solo existía para ella, su princesa.

Una caricia en su rostro proveniente de ella lo sacó de sus pensamientos, sus miradas se cruzaron y él pensaba que no podía ser más feliz. Se miraban con una ternura sin límites, no había necesidad de palabras, era su momento y su tiempo, ambos disfrutaban de su mutua compañía.

En el cielo comenzaron a aparecer las primeras estrellas, él se las enseñaba una a una, ella parecía ponerle atención, ambos sabía que no lo hacía, no lo necesitaba, pues ambos tenían lo que verdaderamente les importaba, se tenían a ellos.

La Princesa Ángel estaba cansada por sus labores y por el largo viaje sobre el dragón, se fue quedando dormida mientras el caballero acariciaba sus cabellos, él la cobijó con sus brazos y la acomodó dulcemente en su pecho para no despertarla, verla dormir era un placer que consideraba fuera de este mundo. Sentía su cálido cuerpo depositado en él, relajada, confiada, enamorada, desde sus primeros encuentros sabían cómo descansar cuando estaban juntos, de manera natural  se entendían sin mayor esfuerzo y sin palabras, era su corazón el que los dirigía, un solo corazón en dos cuerpos. Estaban cada día más unidos, no podían concebirse por separado.

Cuando la princesa dormía, el caballero le hablaba en voz baja, le contaba la naturaleza de su amor, ella parecía entender pues con frecuencia dejaba escapar suspiros justo cuando él terminaba una oración, la miraba con ternura y le seguía hablando hasta que el sueño también lo vencía a él.

El joven dragón tenía razón, ellos estaban demostrándose su amor.

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