Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Noche de desvelo

Ella trabajaba frente a su laptop como acostumbra, concentrada, haciendo pequeños ruiditos, gestos de enojo, muecas, hace anotaciones, reflexiona, corrige y vuelve a escribir. Nada la distrae, nada la inmuta, ni siquiera mi presencia, ni siquiera mi mirada que infructuosamente pretende leer pero al tenerla tan cerca no puede evitar recorrerla palmo a palmo, grabando cada movimiento, cada gesto en lo más profundo de mi ser.

Nada ni nadie existe cuando ella trabaja en casa, su responsabilidad y obsesión por el perfeccionismo raya en lo patológico. Así es ella, así he aprendido a comprenderla, entenderla y a amarla.

El silencio del cuarto solo se rompe de vez en vez con un fuerte golpeteo a su teclado o por un chasquido de disgusto porque alguien no hizo lo que ella esperaba.

Su cabello siempre desordenado, aun cuando pretende peinarlo, rebelde como ella, cae sobre su espalda y confieso que tiene una carga erótica que no puedo resistir, me hago ideas, la imagino con su cabello en mi rostro y esa mirada de niña traviesa que apunta directamente a mis ojos, con la intensidad precisa que me arranca suspiros y que está fija en mi memoria, sabe lo que me provoca y lo usa, sin recato y sin pudor lo usa, porque sabe que me gusta.

Miro sus amplias caderas y esos movimientos suaves y rítmicos que nunca me pasan desapercibidos, la admiro en toda su plenitud de mujer, mientras ella afanosamente trabaja, como si de ello dependiera la vida. Su cadera es generosa, amplia, me encanta, disfruto tomarla desde esa maravillosa parte de su cuerpo, asirla firmemente con mis manos y acercarla a mi. Cuando lo hago sonríe pícaramente, sabe que me tiene, que soy suyo y le gusta que se lo demuestre.

Pasan las horas y ella avanza en su labor aunque nunca está satisfecha, siempre es poco para ella, ahora pongo atención en sus manos sin poder contener un estremecimiento que recorre toda mi piel hasta erizarla. Sus caricias están grabadas en toda mi piel, me ha hecho tan suyo, me ha marcado, soy su territorio, su jardín de juegos, tiernos, eróticos, amorosos y sensuales. Mi piel es el calor que busca por las noches para dormir cálida, relajada y profundamente, entre pequeños gemidos de gusto y suspiros que se le escapan casi clandestinamente, a veces dice bajito mi nombre acompañado de un "Te amo".

El libro entre mis manos es un pretexto para no distraerla y que no descubra que la observo con picardía, que sonrío ante el descubrimiento de su cuerpo y de su ser que logra en mi sensaciones nuevas, desconocidas e intensas. Contengo un suspiro, mejor dicho lo disimulo, mientras ella escribe sin parar, sin darse cuenta que es observada amorosamente.

Siento hambre insaciable de ella, pero está ocupada y no es el momento, así que llevo mi fantasía hasta la cocina, me preparo un sandwich a donde transferiré mi apetito por ella. Lo preparo cuidadosamente, lentamente, sin prisa, como inician muchas veces nuestros encuentros de amor, disfruto cada instante en la preparación de ese bocadillo exquisito, en que mi regocijo entre sus brazos, enredado en su cuerpo y su melena, son solo unas rebanadas de carnes fías entre dos piezas de pan, pero para mi la representa a ella, así que me tomo tiempo en preparar lo que será mi cena, miro la hora, son más de las tres de la mañana y descubro que no la escucho trabajar, con mi refrigerio y un jugo en la mano vuelvo a la habitación.

Descubro con frustración que está dormida abrazando a la almohada, me perdí ese indescriptible ritual donde apaga su equipo de trabajo, ordena sus cosas y felina se pone de pie para caminar lenta y femenina hacia la cama, espléndida en su madurez, se ha dormido, el cansancio la agotó y no estuve ahí para recibirla en mis brazos, pero estoy ahora, de pie observándola dormir, parece una niña traviesa satisfecha de haber hecho alguna fechoría. Me encanta cuando corrige con perversidad mis escritos, sonriendo cuando me descubre un error, su sonrisa burlona y la altanería con que me lo señala. En esos momentos deseo tomarla entre mis brazos y besarla interminablemente.

Me acuesto junto a ella y la acurruco entre mis brazos... en la mesita de noche quedó un sandwich y un jugo olvidados.


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