Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Sunday

Llegó con mi abuelo Julio una tarde de domingo, de ahí su nombre Sunday, aunque mis tíos lo decían fonéticamente en español; Sundai, para burlarse del viejo que no sabía inglés... ellos tampoco.

Mi viejo lo bañó, curo sus heridas y lo adoptó, o mejor dicho el noble can lo adoptó a él, era un perro callejero de lo más corriente que puedan imaginarse pero de una lealtad hacia mi abuelo a toda prueba, lo acompañaba todas las mañanas a su trabajo en la refinería y por la tarde se escapaba de casa para esperarlo a las afueras de su trabajo.

Sunday creció y resultó ser un perro grande y fuerte, de mirada intimidante y muy bravo, un excelente guardián de la casa pero sobretodo un guardaespaldas de su salvador. Cuando mi abuelo estaba en su hamaca no permitía que nadie se acercara, ni siquiera la abuela que le contestaba con un escobazo que recibía estoico para echarse a un lado sin quitarle la vista ni un solo instante, ante la risa burlona y sarcástica de mi abuelo.

Alguna vez me gruñó cuando yo quería abrazar a Don Julio y mi viejo solo dijo su nombre fuerte, nunca más me gruñó y así me convertí en la única persona con el permiso de Sunday para acercarme sin autorización.

No jugaba con nadie, solo con el viejo, para los demás se acostaba y observaba vigilante que nadie interrumpiera juego, o los molestara.

Una noche hizo un gran escándalo que despertó a mi abuelo para descubrir que uno de mis tíos había llegado borracho y Sunday no lo dejaba pasar:
-Papá agarra a tu perro, gritaba mi tío y mi viejo entonces dio la instrucción.
-Que no pase hasta que yo te diga Sunday y mi tío amaneció en la calle dormido frente a la reja infranqueable por un fiero perro vigilante en todo momento.

Eran cerca de las 10 de la mañana cuando el viejo le permitió pasar. Sunday era obediente con él.

Cuando mi abuelo murió Sunday siguió el cortejo a prudente distancia, casi desapercibido. Cuando la gente se marchó, el se echó sobre la tumba que visitaría diariamente casi a la misma hora. Se echaba y ahí permanecía un tiempo, luego se marchaba.

La gente del panteón le dejaba comida, así fue durante un tiempo, no se cuanto.

Unas semanas después fui al cementerio y Sunday estaba ahí,  en el sepulcro de mi viejo, levantó la cabeza me reconoció y se volvió a echar, fue la única vez que me dejó acariciarlo, a ambos nos dolía su partida.

Un buen día Sunday ya no llegó, quiero pensar que se fue a alcanzar a mi viejo, ahora los dos juegan juntos y hacen travesuras.

Mi abuelo amaba a sus mascotas, tuvo un guajolote... pero esa es otra historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ciertamente en la vida existe la lealtad y el amor incondicional. Lo sé.