Descifraba en tu piel códigos secretos como quien aprende el idioma del fuego sin quemarse aún la lengua. Descifraba —con la boca abierta de asombro— la arquitectura breve de tu omóplato, el silogismo húmedo de tus caderas, la lógica absurda de tu gemido que enmudecía cualquier razón. Contigo, el verbo no se conjugaba: ardía. Y eran ecuaciones tus costillas, tus clavículas eran puentes que mi lengua cruzaba en noches sin promesa. Ahí supe que el amor no es una verdad, sino un problema irresuelto con la forma perfecta de tu espalda.
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