Cuando dos almas se aman, el mundo se calla un poco, como si supiera que hay algo más grande que sus ruidos, algo que no cabe en los relojes ni en los calendarios. No es solo el roce de las manos o el temblor de un abrazo; es un idioma secreto, un murmullo que no necesita palabras, pero que dice todo.
Esas almas se encuentran en los márgenes del día, donde el café humea y las miradas se cruzan como caminos que siempre supieron adónde ir. Se aman en los silencios que no pesan, en los gestos pequeños que son como faros en la tormenta. No buscan poseerse, no. Se buscan para compartir el peso de las horas, para reírse de los miedos, para coser con paciencia los desgarros del alma.
Cuando dos almas se aman, no hay promesas que valgan más que un instante compartido. Es el roce de un sueño contra otro, el eco de un latido que responde al otro. Y en ese amor, que no pide nada y lo da todo, el mundo, por un rato, parece justo.
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