Mi mente nada en recuerdos tuyos mientras mi mundo es un caos. Y aquí estoy, sentado en el borde de una tarde que se deshilacha como un viejo sweater, con la ciudad murmurando afuera, su ruido de pasos y bocinas que no saben de nosotros. Mi mente, terca, se sumerge en vos, en esos recuerdos que son como peces escurridizos, brillando un instante bajo la luz antes de hundirse otra vez en lo profundo. Tu risa, que era un puente entre mis silencios, sigue colgada en algún rincón de mi alma, meciéndose como una hamaca en un verano que ya no existe.
Pero el mundo, ay, el mundo es un torbellino de papeles rotos, un desorden de días que se pisan unos a otros sin pedir permiso. Hay facturas sin pagar, titulares que gritan, y un reloj que mastica las horas con saña. Todo se quiebra, todo se enreda, y yo, náufrago en este caos, me agarro de tus recuerdos como si fueran un salvavidas.
Te pienso en la curva de una taza de café que aún guarda el calor de tus manos. Te pienso en la lluvia que golpea la ventana, como si quisiera contarme algo que olvidé preguntar. Y mientras nado en esas imágenes tuyas —tu voz, tu manera de mirar el cielo como si supieras sus secretos—, el mundo sigue su danza desquiciada, tirándome al suelo, pidiéndome que corra, que resuelva, que viva.
Pero yo no quiero. Quiero quedarme aquí, flotando en este mar tuyo, donde el caos no llega, donde todo tiene el orden suave de tu aliento. Aunque sepa que es inútil, que los recuerdos no pagan cuentas ni detienen el tiempo. Aunque sepa que el mundo, con su furia, siempre gana.
Y sin embargo, nado. Nado en ti, mientras todo lo demás se deshace.
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