Y de pronto, ahí estás, como si el mundo hubiera conspirado en secreto para cruzarte en mi camino, con tus ojos cafés que no son solo ojos, sino faros que encienden el aire cuando descubren algo nuevo. Brillan, sí, como si guardaran dentro un amanecer que no se cansa de nacer, y yo, que andaba distraído entre los días grises, me detengo a mirar cómo ilumina tu curiosidad el mundo.
Eres morena, delgada, como un verso que se escribe con el cuerpo, y bailas jazz como quien conversa con el viento, con pasos que no piden permiso, que se deslizan entre las notas como si el ritmo fuera tu idioma natal. Tu risa, ay, tu risa, es un pequeño estallido de vida, un guiño del universo que me recuerda que el humor es la forma más sabia de llevar los días. Inteligente, de esa inteligencia que no presume, que se cuela en las charlas como un río tranquilo, pero profundo, que arrastra certezas y siembra preguntas.
Te miro y pienso que no hay casualidades, que tal vez el destino se puso los zapatos de baile para traerte hasta aquí. Eres la sorpresa que no esperaba, la que desarma mis planes y me hace querer aprender de memoria cada gesto tuyo, cada chispa de esos ojos cafés que no se cansan de descubrir. Y yo, que nunca supe de danzas, quiero aprender a moverme al compás de tu existencia, a ser parte de esa maravilla que eres tú, bailarina, morena, mujer de ojos que alumbran y corazón que ríe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario