Quiero estar suficientemente lejos para no agobiarte ni asfixiarte, quiero estar suficientemente cerca para apoyarte y cuidarte.
Y así me planto, en esa frontera difusa donde el amor no pesa, donde el aire entre nosotros respira libre, sin cadenas ni urgencias. Lejos, para que tus pasos no tropiecen con los míos, para que el eco de tu voz no se mezcle con la mía y puedas cantar tu propio canto, sin que mi sombra lo opaque. Pero cerca, siempre cerca, como el rumor del río que no ves pero sabes que está, corriendo quedo, dispuesto a calmar tu sed si la vida te reseca.
No quiero ser el nudo que te aprieta, ni la jaula que te guarda. Quiero ser el viento que te roza sin empujarte, el abrazo que llega justo cuando el frío muerde. Lejos, para que tu alma no se sienta invadida, para que tus sueños no tengan que pedirme permiso. Cerca, para tenderte la mano cuando el camino se quiebre, para susurrarte que puedes, que sigas, que el mundo no termina donde duele.
Es un equilibrio frágil, lo sé, un malabarismo de distancias y cercanías, de silencios que cuidan y palabras que sostienen. Pero por ti, por mí, por lo que somos cuando estamos sin estar del todo, lo intento. Lejos, para no ahogarte en mi prisa de quererte. Cerca, para que nunca dudes que mi amor, aunque no grite, siempre está.
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