Ella se fue sin mirar atrás,
como quien suelta un papel al viento,
los pasos firmes, el alma en paz,
y el eco sordo de un juramento.
Él se quedó envuelto en su tristeza,
mudo, con el pecho en carne viva,
mirando el hueco que deja la certeza
de un amor que ya no se cultiva.
La calle fría se tragó su sombra,
y él, con los ojos de lluvia y sal,
sintió que el tiempo, que todo lo nombra,
le robaba el pulso al ideal.
Ella, tan libre, rompió la cadena,
él, tan humano, cargó su cruz.
Y en el silencio de aquella escena,
se apagó el rumor de la luz.
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