Agradezco amanecer un nuevo día, cuando la luz se quiebra en el filo del horizonte y el mundo, aún dormido, murmura su primer sílabo. El alba no es promesa, es presencia: un latido que no pregunta, un río que se desliza sin saber su destino. En el silencio de la aurora, el tiempo se detiene, y soy un instante, un soplo que se mira en el espejo del cielo.
El sol, sacerdote sin rostro, oficia su liturgia de brasas y sombras. Cada rayo es un verso que escribe el día sobre la piel de la tierra. Agradezco este despertar, este ser sin peso, este flotar entre la niebla que abraza los árboles como un amante que no se atreve a hablar. El mundo se reinventa en cada amanecer, y yo, testigo frágil, soy su cómplice, su eco.
No hay ayer en la luz que acaricia las hojas, no hay mañana en el canto del pájaro que perfora la quietud. Solo este ahora, este día que se ofrece como un fruto maduro, sin pedir nada a cambio. Agradezco amanecer, ser parte del gran tejido, del susurro eterno que une la piedra y la estrella, el latir del hombre y el pulso del cosmos.
En este instante, soy el día, soy la luz, soy el agradecimiento que se alza como una oración sin palabras, un poema que no termina.
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