Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

AMAR MÁS CON EL ALMA

Hay un amor que no se toca, que no se enreda en los pliegues de la carne ni se detiene en el roce tibio de las manos. Es un amor que respira en los intersticios del alma, donde las palabras sobran y los silencios cantan. No necesita espejos, ni reflejos, ni promesas que se deshacen con el alba. Es el amor que se cuela por las grietas del tiempo, que no pregunta por el color de los ojos, pero conoce el peso de las lágrimas.

Amar así es caminar descalzo sobre la hierba húmeda, sin miedo a las espinas, sabiendo que el dolor también es parte del camino. Es mirar al otro no como un cuerpo que se desvanece, sino como un faro que ilumina las tormentas. La piel se arruga, se cansa, se apaga bajo el sol inclemente de los años, pero el alma, ay, el alma se teje con hilos de eternidad, con recuerdos que no se borran, con sueños que no se venden.

Amar con el alma es saber que el otro no te pertenece, pero igual lo eliges cada mañana, en cada gesto pequeño, en cada duda compartida. Es encontrar en su risa un refugio, en su silencio un hogar. No es el fuego que quema rápido y se extingue, sino el rescoldo que calienta despacio, que perdura cuando las brasas ya no se ven.

Y así, mientras la piel se cansa de buscarse, el alma se encuentra sin esfuerzo, en un abrazo que no necesita brazos, en un amor que no pide más que ser, simplemente, amor.

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