Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

NO NECESITO LA LUNA

No necesito la luna, ¿sabes? Para qué, si en tu mirada tengo un universo. Esas pupilas tuyas, dos galaxias inquietas, guardan constelaciones que no figuran en ningún mapa celeste. Hay en ellas un brillo que no pide permiso, que se cuela entre las grietas de mis días grises y los ilumina, como si cada parpadeo tuyo fuera un amanecer. 

Camino por tus ojos y me pierdo, no en la penumbra, sino en la vastedad de un cielo que no termina. Allí, entre tus pestañas, se esconden nebulosas de sueños y recuerdos, y yo, torpe astronauta, me dejo llevar por su gravedad. No hay vacío en tu mirada, no hay silencio: cada destello es una palabra no dicha, un poema que se escribe solo, sin tinta, sin papel, solo con el pulso de lo que somos.

No preciso la luna, no. Su luz fría no se compara con el calor de tus ojos, que me envuelven como un abrazo que no se explica. En ellos encuentro todo: el rumbo, la tormenta, la calma. Eres mi órbita, mi cometa fugaz, mi estrella fija. Y mientras me mires así, con esa inmensidad que no cabe en el pecho, el universo entero será solo un eco de lo que siento al perderme en ti.

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