Amarnos sin dejar de mirarnos es tejer un instante eterno, donde tus ojos son faros que no titilan, guiándome a través de la bruma del tiempo. Es el roce de nuestras almas en un silencio que canta, un pacto sin palabras donde cada parpadeo es una promesa. Tus pupilas, espejos de un cielo que no se apaga, sostienen mi reflejo, y en ellas me descubro entero, sin sombras, sin bordes. No hay desvío, no hay fuga: solo el vértigo dulce de anclarnos en la mirada, de bebernos el uno al otro hasta que el mundo se disuelva. Amarnos así es un desafío al olvido, un fuego que no consume, un verso que se escribe en el pulso de la luz que nos atraviesa.
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