Caminemos juntos, te digo, como si el mundo fuera un sendero de tierra húmeda, de esos que crujen bajo los pasos y guardan el eco de los que ya pasaron. No es que el camino sea fácil, no, tiene sus piedras, sus charcos, sus sombras que se alargan cuando el sol se cansa. Pero caminemos juntos, con las manos sueltas, sin apretar demasiado, que el roce de los dedos también es un lenguaje.
Caminemos juntos, aunque el viento nos hagas cosquillas en la nuca o nos traiga noticias de un ayer que pesa. Juntos, porque la soledad es un lujo caro, un cuarto vacío donde las paredes repiten lo que no queremos escuchar. Vos y yo, con los zapatos gastados, con el corazón a veces torpe, pero siempre latiendo, buscando un rumbo que no está en los mapas, sino en las ganas.
Caminemos juntos, sin promesas grandotas, sin juramentos que se deshacen como azúcar en el café. Solo caminemos, con la certeza frágil de quien sabe que el paso siguiente puede ser un tropiezo o un abrazo. Porque juntos, te digo, el paisaje se vuelve menos hosco, los árboles murmuran secretos más amables, y hasta el cielo, ese cielo que a veces se pone gris de puro caprichoso, nos presta un pedacito de azul para seguir.
Caminemos juntos, entonces, sin apuro, que el tiempo no es un juez, sino un compañero que también se equivoca. Y si nos perdemos, que sea juntos, porque en el desvío siempre hay un charco que refleja las estrellas, y en las estrellas, quién sabe, tal vez encontremos el próximo paso.
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