Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

NO HAREMOS EL AMOR, EL AMOR NOS HARÁ

Y entonces llegaste, con esa manera tuya de caminar entre los charcos, como si el mundo fuera un tablero y tú, sin darte cuenta, la reina que no necesita corona. No planeamos nada, ¿sabes? Ni las miradas que se enredaron en la esquina de un café, ni el roce de tus dedos cuando me pasaste el menú, como si en ese gesto se escondiera una promesa que ninguno de los dos sabía nombrar. No haremos el amor, dijiste, con esa voz que tiembla como hoja en otoño, y yo sonreí, porque ya lo sospechaba: el amor no se hace, no se fuerza, no se teje con agujas de reloj ni con prisas de agenda.

El amor nos hará. Nos tomará de las manos, como un niño que insiste en cruzar la calle, y nos llevará por calles torcidas, por días de lluvia y noches de insomnio, donde las palabras sobran y los silencios pesan justo lo necesario. Nos hará reír en los peores momentos, cuando el mundo se desarme y solo quede el eco de nuestras risas como un refugio. Nos hará dudar, también, porque el amor no es un camino recto, sino un laberinto donde a veces nos perderemos, pero siempre nos encontraremos en el mismo rincón, con el corazón en la garganta y la certeza de que no hay otro lugar donde quisiéramos estar.

No haremos el amor, no. Él nos hará a nosotros, nos moldeará con sus dedos torpes pero sinceros, nos llenará de grietas para que la luz se cuele, nos enseñará que ser vulnerables no es perder, sino ganar en ternura. Y cuando el tiempo pase, cuando las arrugas dibujen mapas en nuestra piel, seguiremos siendo esos dos que no planearon nada, que no forzaron nada, pero que se dejaron hacer por el amor, como arcilla en manos de un artesano que no pregunta, solo crea.

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