Entre nosotros, amor, hay un río que no se seca, un cauce de silencios que hablan más que las palabras. Creo que, entre nosotros, existe un amor único, un latido que no pide permiso para existir, que se cuela en los días grises y los pinta de amaneceres. No es un amor de fuegos artificiales, no, sino de brasas que arden lento, que calientan el alma cuando el frío del mundo aprieta.
Es un amor que entrega el alma, sí, pero también los huesos, las dudas, las risas torpes y los tropiezos. Los labios que se buscan en la penumbra, que no preguntan, que solo saben encontrarse. El corazón, entero, sin reservas, como quien deja la puerta abierta para que el otro entre sin miedo.
Es tan sincero, este amor nuestro, que no necesita alzar la voz para hacerse escuchar. No se enreda en promesas vacías ni en juramentos que el viento se lleva. Es un amor que respira en los gestos pequeños: la taza de café que preparas sin que te lo pida, la mirada que dice "estoy aquí" cuando el mundo se derrumba.
Tan fuerte, amor, que el tiempo no lo toca. Los años pasan, las arrugas llegan, pero este amor se ríe de los calendarios. La distancia, esa vieja enemiga, no es más que un desafío que sorteamos con recuerdos y sueños compartidos. Porque este amor no depende de estar cerca, sino de estar dentro, bien dentro, donde nadie más entra.
Y es tan real, tan de carne y hueso, que puedo mirarte a los ojos y asegurarte, sin titubear, que durará toda la vida. No porque lo jure, no porque lo escriba, sino porque lo siento en cada rincón de mí, como un tatuaje que no se borra. Entre nosotros, amor, hay un pacto sin palabras, un refugio que construimos con las manos entrelazadas, un amor que no se explica, pero se vive. Y eso, amor, eso es todo lo que importa.
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