La lluvia cae, un murmullo de sílabas rotas, un idioma que no descifro pero que entiendo en la piel. Es la noche, un lienzo de sombras líquidas, un espejo donde el mundo se desdobla y se pierde. Y tú, presencia que no nombro, que no toco, pero que respira en el aire húmedo, en el latido de las gotas contra el cristal.
La lluvia no pregunta, no responde. Es un río que no busca su desembocadura, un canto sin voz que abraza la ciudad dormida. La noche la recibe, la envuelve en su manto de obsidiana, y juntas tejen un tiempo sin orillas, un instante que se quiebra y se rehace en cada reflejo. Tú eres el tercer vértice, el silencio que habla, el vacío que se llena de sentido. Eres la chispa que enciende la penumbra, el eco que la lluvia arrastra y la noche guarda.
Bajo el rumor del agua, la ciudad es un sueño que alguien olvidó soñar. Las calles se disuelven, los faroles titilan como recuerdos a punto de apagarse. Y tú, ¿eres la lluvia que me atraviesa, la noche que me contiene, o algo más, algo que no se dice, que solo se presiente en el roce de una sombra contra mi alma?
La lluvia, la noche y tú: un tríptico sin fin. La lluvia escribe su poema en la ventana, la noche lo lee con ojos cerrados, y tú lo completas con un gesto que no veo, pero que siento como un relámpago quieto. Todo converge, todo se desvanece. Y en ese instante, entre el agua y la oscuridad, te busco sin moverme, te encuentro sin saberte.
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