En las grietas del tiempo, donde el viento murmura secretos que nadie recoge, mi poesía lleva tu nombre. Es un murmullo suave, como el roce de tus pasos en la vereda húmeda de un junio cualquiera, cuando las hojas caen y el mundo parece detenerse para mirarte. Tu nombre, un eco que se cuela en los versos, como si el papel tuviera memoria y supiera que sin ti no hay estrofa que valga.
No es que escriba para ti, no, es más hondo, más terco: es que los versos se escriben solos cuando pienso en tus ojos, en esa manera tuya de mirar el mundo, con una mezcla de ternura y desafío, como si le dijeras al destino que no te rendirás. Mi poesía lleva tu nombre porque no sabe ser de otra manera, porque cada palabra es un intento de atrapar ese instante en que tu risa se mezcla con el ruido del café matinal, o cuando tus silencios dicen más que cualquier discurso.
Y no es que seas musa, no te reduzco a eso, que las musas son de mármol y tú eres de carne, de sueños rotos y remendados, de esas charlas hasta la madrugada donde el mundo se arregla con dos tazas y una verdad a medias.
Mi poesía lleva tu nombre porque eres el verso que no planeé, el que se cuela entre las líneas torcidas, el que hace que el poema respire, que tenga pulso.
A veces, cuando la noche pesa y el papel se queda en blanco, pienso en ti, en cómo caminas contra el viento, en cómo tus manos dibujan historias en el aire. Y entonces la tinta corre, como si supiera que sin tu nombre no hay poema, no hay nada. Es un pacto tácito entre mi alma y las palabras: ellas saben que tú eres el latido, la chispa, el motivo.
Mi poesía lleva tu nombre, y no es un adorno, no es un capricho. Es una certeza, como el sol que insiste en salir aunque el cielo esté nublado, como el río que no pregunta antes de correr. Tu nombre es el verso que no se borra, el que resiste al tiempo, al olvido, a las dudas. Y mientras lo escribo, sé que no es mío, que es tuyo, que siempre lo fue.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario