En este rincón silencioso del alma, donde el tiempo se detiene como agua quieta entre las piedras, te encuentro. Tu imagen se despliega en ondas suaves, serpentea entre mis pensamientos como seda líquida, y cada movimiento tuyo es una caricia que no toca la piel pero abraza el espíritu. Aquí, en este remanso sagrado de la memoria, danças con la gracia de quien no sabe que es observada, con esa sensualidad inocente que nace del simple acto de existir.
Tu reflejo se multiplica en las aguas calmas de mi conciencia, y cada imagen duplicada es un bálsamo que alivia las heridas invisibles del día. El eco de tu risa resuena en círculos concéntricos, expandiéndose hasta alcanzar los rincones más oscuros de mi ser, iluminándolos con la certeza de que existe un propósito, un hilo dorado que da sentido a cada latido, a cada respiración que tomo esperando volverte a ver.
Las olas que crea tu recuerdo son pequeños milagros cotidianos: algunas traen el perfume de tu cabello al viento, otras el timbre exacto de tu voz pronunciando mi nombre. Cada una es un sueño que no requiere el sueño para ser vivido, un suspiro que el viento roba de mis labios y lleva hasta donde tú estés, mensaje silencioso de esta nostalgia dulce que me habita.
Tu nombre es la miel que endulza mis horas amargas, el refugio donde mi alma cansada encuentra descanso. En este remanso apacible, donde solo somos tú y el eco de tu presencia, descubro que el amor verdadero no necesita cuerpo para ser tangible, ni palabras para ser escuchado. Basta con cerrar los ojos y dejarte danzar en la quietud perfecta de este momento eterno donde solo existimos nosotros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario