No me rendí.
Solo me cansé de insistir en puertas
que nunca se iban a abrir.
De dar sin recibir,
de hablar con paredes,
de construir sobre ruinas ajenas.
Fui el que siempre estuvo.
El que escuchaba sin ser escuchado.
El que ponía el corazón en cada gesto
aunque nadie lo notara.
Y por un tiempo,
pensé que ese era el camino.
Que amar de verdad
era aguantarlo todo.
Pero amar no es dolerse en silencio.
No es desaparecer en cada entrega.
Así que no me rendí.
Cambié de dirección.
Me elegí.
Y aunque duela empezar de nuevo,
prefiero el dolor de soltar
al de quedarme en un sitio
donde ya no hay lugar para mí.
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