Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

NUESTRO VÍNCULO NADIE LO SABE

En el silencio de las calles que se quiebran bajo el peso de la noche, nuestro vínculo respira, sigiloso, como un secreto que la ciudad guarda en sus muros de cantera. Nadie lo sabe. Ni las luces que parpadean en las esquinas, ni los pasos apresurados de los transeúntes que se pierden en la bruma del alba. Es un pacto callado, un roce de almas que se encuentran en el intersticio de lo que no se dice, donde las palabras se deshacen como polvo en el viento.

Tú y yo, cómplices de un instante que no necesita testigos, tejemos nuestra historia en la penumbra. Las miradas que cruzamos son versos que nadie leerá, escritos en la tinta invisible de los días que se deslizan sin ruido. ¿Quién podría sospechar que en el roce de nuestras manos hay un universo que se enciende? ¿Que en el murmullo de nuestras risas se esconde un juramento que no precisa de altares?

Nadie lo sabe. Ni el café que humea en las tazas, ni el tañido de las campanas que despiertan la mañana. Somos un enigma que se guarda en el pliegue de los días, en el susurro de las hojas que caen, en el reflejo fugaz de un cristal empañado. Nuestro vínculo, amor, es un misterio que no pide ser descifrado, un latido que resuena solo para nosotros, mientras el mundo sigue su curso, ajeno, ciego, mudo.

Y así, en la secrecía de nuestro encuentro, el tiempo se detiene, se dobla, se hace nuestro. Nadie lo sabe, y en esa ignorancia del mundo hallamos nuestra libertad, nuestro refugio, nuestro eterno.

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