Somos dos orillas de un mismo río secreto, dos silencios que se nombran sin palabras. Nuestro vínculo —ese territorio de sombras y relámpagos— solo nosotros lo sabemos.
Los demás ven gestos, escuchan frases rotas, creen descifrarnos en el diccionario del mundo. Pero hay un idioma antiguo, escrito en la piel del tiempo, que solo nuestras miradas traducen.
¿Acaso no es el amor un código quemado en los huesos? Un jeroglífico que solo las manos del amante descifran al rozar la memoria del otro.
No hay testigos. No hay mapas. Solo este fuego compartido que nos quema y nos nombra.
Somos la isla que flota entre dos mareas, el puente invisible.
Solo nosotros sabemos el peso exacto de esta ausencia cuando te vas.
Solo nosotros escuchamos el eco del otro en la caverna de la noche.
Y sin embargo, callamos.
Porque hay verdades que se rompen al pronunciarlas.
Hay jardines que solo crecen en el silencio.
—¿Lo entiendes?
—Lo entiendo.
Esa es nuestra condena y nuestra gloria.
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