En la sombra de un instante infinito, nos encontramos desnudos, no de carne, sino de todo aquello que el mundo oculta. Nos envuelven palabras, como hiedra que trepa y se enreda, murmullos no pronunciados pero sentidos, grabados en el aire que nos separa y une. Yo, con un deseo insaciable de descifrar tu ser, de adentrarme en los pliegues de tu alma, donde cada curva es un verso y cada sombra un poema. Tú, con un hambre ancestral, imploras que mi pluma roce tu espalda, que escriba en tu piel estrofas ardientes, letras que flameen sin extinguirse.
No hay introducciones, ni formalidades que disfrazan el deseo. El silencio se quiebra, no con palabras vacías, sino con una lengua que baja, urgente, como río que busca su cauce, como si el tiempo se agotara en este instante. Y en esa urgencia, nos leemos, nos escribimos, sin principio ni fin, en un idioma que solo la piel comprende, donde cada roce es un verso, y cada suspiro, un poema eterno.
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