Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Y NUNCA SUPE MÁS DE TI.

Eras un susurro en la penumbra, un reflejo que danzaba en el cristal empañado de mis días. Tu risa, como un eco de campanas lejanas, se deslizaba entre los pliegues del viento, y yo, torpe, trataba de atraparla con las manos vacías. Caminabas por los bordes de mi alma, dejando huellas de luz que se desvanecían al alba, como si el sol temiera guardar tu secreto.  

¿Quién eras? Una sombra que cruzó mi camino, un instante que se hizo eterno en su fuga. Tus ojos, pozos de estrellas sin nombre, me hablaron de mundos que nunca conoceré. Y yo, ciego, busqué en ellos un mapa, una promesa, un ancla. Pero solo hallé el silencio, ese mudo adiós que no pronunciaste.  

Y nunca supe más de ti.  

El tiempo te llevó, como lleva las hojas que caen sin quejarse. Te busqué en los pliegues de la memoria, en los rincones donde el polvo guarda los sueños rotos. Pero solo quedaba tu aroma, un perfume de jazmín y ausencia que aún me persigue en las noches sin luna.  

Quizá fuiste un verso que no supe escribir, una melodía que olvidé cantar. O tal vez, solo un soplo del universo, un latido fugaz que me rozó el corazón para recordarme que vivir es perderte, sin haberte tenido nunca.  

Y nunca supe más de ti.

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