En el silencio previo al amanecer, cuando la luz aún vacila y el mundo se envuelve en un susurro de sombras, poesía somos tú y yo. No en las palabras que se quiebran como ramas secas, ni en versos que se alzan como torres de cristal, sino en el roce sutil de tus dedos rozando el aire que respira mi piel, en la pausa que creamos cuando el tiempo se detiene y nos observa, cómplice, desde su orilla fragmentada.
Tú, el murmullo del río invisible que siento fluir bajo mi pecho. Yo, el eco de una estrella que se extinguió antes de nuestro nacimiento. Juntos tejemos un instante que no cabe en los relojes, un relámpago que no ilumina, sino que arde. Poesía es el espacio entre tus ojos y los míos, un abismo donde caemos sin tocarnos, donde nos hallamos sin buscarnos.
No existe papel que contenga este fuego, ni voz que lo pronuncie sin desvanecerse. Eres el verso que no escribo, aquel que se escribe solo en la penumbra de mi sangre. Soy el silencio que te nombra sin conocer tu nombre, el que te busca en el reverso de las palabras. Poesía somos tú y yo, un diálogo de espejos que se rompen para reflejarse, un nudo de tiempo que se aprieta y se disuelve en la corriente del ahora.
En la ciudad dormida, en la selva que despierta, en el desierto que calla, tú y yo somos el poema que no necesita ser pronunciado. Basta el latido, basta el roce, basta el instante en que nos miramos y el mundo, por un segundo, olvida su peso. Poesía no es el canto, sino el vacío que deja el canto. No es la luz, sino la sombra que la abraza. No es la vida, sino el temblor que la sostiene.
Tú y yo, dos sílabas de un verso inacabado, dos fragmentos de un relámpago que cruza el cielo sin partirlo. Poesía somos tú y yo, un murmullo que no explica, un fuego que no consume, un silencio que canta.
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