Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

TRISTEZA Y NOSTALGIA

La tristeza se cuela por las rendijas de la ventana, como un viento frío que no avisa. Se sienta en el borde de la silla, callada, mirando el reloj que no se mueve. Es un peso suave, casi amable, que se instala en el pecho y murmura: quédate conmigo un rato más. No grita, no empuja, solo está ahí, tejiendo su red de hilos grises, envolviéndote en una manta que no abriga.

Y la nostalgia, ay, la nostalgia es su hermana traviesa. Llega sin permiso, descalza, con una caja vieja bajo el brazo. La abre y desparrama recuerdos: el olor a café en la cocina de la infancia, la risa de alguien que ya no está, el roce de una mano que se perdió en el tiempo. Cada imagen es un pinchazo dulce, un eco que resuena en los huesos. La nostalgia no pregunta, solo te lleva de la mano a calles que ya no existen, a casas que ahora son de otros, a tardes donde el sol parecía eterno.

Juntas, tristeza y nostalgia, arman su pequeño complot. Se sientan a la mesa, sirven un té amargo y te miran con ojos que saben demasiado. No hay escapatoria, porque no quieres escapar. Las dejas hablar, las dejas llenar el aire con sus susurros. Y en ese instante, entre sorbo y sorbo, entiendes que son parte de ti, como las arrugas en las manos o el cansancio de los días largos. No son enemigas, no. Son maestras pacientes que te enseñan a querer lo que fue, a llevar lo que es, a esperar lo que será.

Así, en la penumbra de esta tarde que se desarma, las abrazo. No con fuerza, no con miedo, sino con la calma de quien sabe que la vida, al final, es este vaivén de ausencias y retornos, de sombras que se vuelven luz cuando las miras de cerca.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario