Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

VESTIGIOS

Pasamos de moda,
como cartas sin remitente,
como canciones viejas
que ya nadie canta.

Fuimos novedad un instante,
brillo de feria,
mirada encendida
que pronto se apaga.

Nos vieron, nos vivieron,
nos usaron, tal vez,
como se usa el verano
para olvidar el invierno.

Y luego el silencio,
ese que no dice adiós,
pero se instala
como polvo en los retratos.

Porque todo se cansa,
todo se gasta,
y hasta el amor más sincero
se convierte en fantasma.

Pero aún quedamos,
en los márgenes del recuerdo,
como un perfume leve
que insiste en quedarse.

En las grietas del alma
somos eco y susurro,
una palabra no dicha,
un abrazo que faltó.

Y aunque el mundo nos pase de largo,
como trenes sin destino,
hay noches en que alguien
nos sueña sin saberlo.

Porque no todo se muere,
aunque se olvide;
hay dolores que florecen
cuando nadie los mira.

Así andamos,
como hojas sin rama,
esperando un viento
que nos devuelva al principio.

Y aun sin lugar,
aun sin nombre en los labios,
persistimos callados
en rincones del alma.

Somos esa canción
que vuelve sin aviso,
cuando el silencio pesa
y el insomnio acaricia.

Somos la sombra tibia
de algo que fue ternura,
un roce que no se olvida,
aunque el tiempo lo cubra.

Nos creyeron vencidos,
pero hay heridas que enseñan,
y ruinas que, bajo la luna,
se vuelven sagradas.

Así vivimos ahora:
en la pausa de un verso,
en la mirada extraviada
de quien finge no recordar.

Y aunque nadie nos nombre,
seguimos siendo historia,
no por lo que fuimos,
sino por lo que aún duele.

Porque al final,
no somos olvido,
sino huella suave
en el polvo del camino.

No fuimos eternos,
pero sí verdad un segundo,
y a veces, eso basta
para no morir del todo.

Así nos quedamos:
no en la memoria viva,
sino en el temblor sutil
de aquello que una vez importó.

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