Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

ADICTO A LA NOCHE

Soy adicto a la noche contigo, a esa hora sin relojes donde el mundo se vuelve nuestro y las sombras danzan con complicidad. Adicto a tus susurros que se mezclan con el viento nocturno, a esa voz que se vuelve terciopelo cuando la oscuridad nos abraza y nos hace cómplices de secretos que solo la madrugada conoce.

Hay algo en la noche que nos transforma, que nos hace más verdaderos, más desnudos de mentiras. Contigo, las horas pequeñas se vuelven enormes, se dilatan como el tiempo de los sueños, y yo me pierdo en esa adicción dulce de tenerte cerca cuando el mundo duerme y nosotros despertamos a una realidad distinta, más íntima, más nuestra.

Soy adicto a la forma en que la luna se refleja en tus ojos, a cómo tu piel se vuelve porcelana bajo la luz de las estrellas. Adicto a esas conversaciones que solo nacen en la madrugada, cuando las defensas bajan y las palabras fluyen como ríos de verdad, arrastrando miedos y certezas por igual.

La noche nos pertenece, es nuestro territorio sagrado donde construimos un universo paralelo. Ahí, en esa oscuridad cómplice, soy adicto a tu risa que suena diferente, más libre, más mía. Adicto a tus silencios que dicen más que mil palabras, a esa manera que tienes de mirarme cuando crees que no me doy cuenta.

Y cuando llega el amanecer, cuando la luz amenaza con robarnos nuestro refugio, yo ya estoy contando las horas para volver a ser adicto a la noche contigo, a esa droga dulce que eres tú cuando el mundo se apaga y solo quedamos nosotros, eternos, en la complicidad de las sombras.

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