El mundo se achica hasta caber en el espacio que va de tu sonrisa a la mía, y las horas se estiran como gatos perezosos al sol de la tarde. Cuando estamos juntos, descubro que la soledad no era más que el ensayo de esta sinfonía, el preludio necesario para entender que dos pueden ser uno sin perderse en el camino. Tus ojos son ventanas que dan a un paisaje donde siempre es primavera, y mi nombre en tu boca suena como si fuera la primera vez que alguien lo pronuncia.
Hay algo en la manera como respiras a mi lado que me recuerda que el aire también puede ser una caricia, que el espacio entre dos cuerpos puede llenarse de promesas que no necesitan palabras para cumplirse. Cuando estamos juntos, el universo se pliega sobre sí mismo y cabemos enteros en un abrazo que dura apenas un instante y toda la eternidad al mismo tiempo.
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