Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

SIN LUGAR, SIN NOSOTROS

Fuiste la mujer que más he amado en vida, un incendio que no se explica, un relámpago que cruzó mis días grises y los pintó de colores que no conocía. Eras risa en la esquina de mi alma, eras el café humeante en la mesa torcida, el roce de tus dedos en mi nuca, la certeza de que el mundo, por un instante, tenía sentido. Te amé con la torpeza de quien no sabe amar a medias, con la urgencia de quien teme que el tiempo se escape entre los dedos como arena. Y ahora, mira, no solo no somos nada, sino que el vacío se ha tragado hasta los lugares donde solíamos ser.

No hay plaza, no hay callejuela, no hay banco bajo el árbol donde nuestras sombras puedan cruzarse sin doler. La ciudad, que antes era nuestra, se ha vuelto un mapa de ausencias, un laberinto de ecos que no responden. Donde antes estaba tu risa, ahora hay un silencio que pesa como un lunes eterno. Donde antes estaban tus ojos, hay un hueco que no sé nombrar. Ni siquiera el bar de la esquina, con sus mesas cojas y sus vasos...

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