El cielo se quiebra en astillas de luz, y yo, sentado en el borde de un suspiro, miro el mundo como quien hojea un libro que no entiende. Las calles murmuran nombres que no son el tuyo, y los árboles, con sus ramas torcidas, parecen preguntar: ¿para qué? ¿Para qué el rumor del río si no lleva tu risa en su corriente? ¿Para qué el sol si no calienta tus pasos al lado de los míos?
Camino por plazas donde el tiempo se detiene, donde las sombras de los desconocidos se alargan como promesas rotas. Todo es un eco, un reflejo borroso de lo que podría ser. Las cosas, los objetos, los días… son cáscaras vacías, reliquias de un mercado donde no se vende tu mirada. ¿Para qué quiero el pan si no lo parto contigo? ¿Para qué el vino si no brinda con tus ojos?
El viento arrastra hojas secas, y en cada una imagino una carta que no te escribí, un verso que no pronuncié. La ciudad, con su bullicio de motores y prisas, no sabe que mi corazón late en pausa, esperando el roce de tu voz para empezar de nuevo. Sin ti, el mundo es un cuadro sin colores, un lienzo donde alguien olvidó pintar la vida.
¿Para qué las estrellas si no las contamos juntos, tumbados en la hierba, inventando constelaciones con nombres absurdos? ¿Para qué el amanecer si no lo vemos reflejado en tus pupilas, que son más vastas que el horizonte? Todo lo que tengo, todo lo que soy, es un puñado de intenciones huérfanas, un deseo que se desvanece si no lleva tu nombre.
Y así, entre el ruido y el silencio, me pregunto una y otra vez: ¿para qué quiero algo, cualquier cosa, si no es contigo? El universo, con toda su grandeza, se me antoja pequeño si no estás tú para darle sentido.
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