Hay una geografía secreta entre tus manos y las mías, un mapa que solo conoce el viento cuando viene cargado de sal y promesas rotas. El mar nos mira desde su eternidad azul, testigo de nuestros silencios, guardián de las palabras que no supimos decir cuando aún había tiempo para los milagros.
Tú caminas por la orilla como quien escribe versos en un idioma que solo entienden las gaviotas. Cada paso tuyo es una pregunta que las olas se llevan antes de que yo pueda responder. El mar, ese viejo cómplice, recoge tus huellas y las mezcla con las mías, creando un alfabeto de arena que la próxima marea borrará sin piedad.
Somos tres en esta danza: tú con tu manera de mirar el horizonte como si fuera una herida por sanar, yo con mis manos vacías que buscan la forma exacta de tu ausencia, y el mar, siempre el mar, con su respiración honda que nos recuerda que todo se va, que todo vuelve, que nada permanece excepto esta sed de infinito que llevamos clavada en el pecho.
En el momento preciso en que el sol se derrama sobre el agua como miel sobre cristal, entiendo que somos apenas un suspiro en la memoria del océano. Tú y yo, dos náufragos que aprendimos a amar la tormenta porque en ella reconocimos el eco de nuestros propios corazones partidos.
El mar nos une y nos separa con la misma facilidad con que escribe y borra sus propias canciones. Entre tú y yo, siempre el mar. Entre el mar y nosotros, siempre esta certeza de que algunos amores solo pueden vivir en la frontera entre la tierra y el abismo, donde las palabras se vuelven sal y los sueños, espuma que se deshace en las manos.
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