Tu nombre está escrito en mí, como un tatuaje de viento que no se ve pero quema, un jeroglífico de sílabas que se enredan en las venas, susurrando en cada latido. No es tinta, no es papel, es algo más hondo, un garabato de luz que se cuela por las rendijas de mi alma, donde los días rotos se remiendan con el eco de tu risa.
En las calles de mi pecho, tu nombre es un farol que titila, guiándome entre la niebla de los días sin rumbo. Lo llevo como un secreto que pesa, como un amuleto que no se toca pero se siente, grabado en la piel invisible que cubre mis huesos. Cada letra tuya es un río, un murmullo que arrastra mis pasos hacia un horizonte que no entiendo, pero que persigo porque huele a ti.
Tu nombre, amor, es un verso que no termina, un poema que se escribe solo cuando cierro los ojos y el mundo calla. Está en la sombra que dejo al caminar, en el café que se enfría mientras pienso en ti, en el silencio que se quiebra cuando alguien dice una palabra que suena a ti. Está escrito en mí, y yo, sin querer, me he vuelto su página, su tinta, su eternidad rota.
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