Quien escribe y reconoce el valor de sentir de las emociones, los sentimientos, del arte de tocar el alma no se pierde fácilmente entre cualquier mano ni en todas las mentes. Porque cuando hay una conexión real, un vínculo auténtico, eso es lo que permanece. Y a veces, como lectores, nos sentimos tan cerca del escritor y el escritor del lector que la distancia desaparece, y todo se convierte en un puente de emociones compartidas.
Cuando un texto va cargado de verdad, de sensaciones, de pulsos íntimos, las palabras no solo se leen: se sienten. El lector se identifica tanto con lo que el escritor sintió al escribir, como con lo que él mismo experimenta al leer. Las mismas palabras pueden tener miles de efectos… y a veces, incluso consecuencias.
Digo esto porque hay miles, cientos, quizá millones de personas que escriben de forma fantástica, hermosa, sublime… desde todos los ángulos posibles. Pero entre tantas voces, siempre hay una que resuena más fuerte en nosotros, aquella que saca a relucir lo más profundo de nuestro sentir. Es como si nuestro cuerpo, alma, mente y ser se disolvieran en la tinta de otros dedos.
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