Como la lluvia que desciende sobre la tierra seca sin consultar al calendario, así llegas tú a transformar el paisaje gris de mis días ordinarios. No hay horario que pueda contener tu presencia, ni agenda que logre programar el milagro de tu sonrisa inesperada. Eres el viento que se cuela por la ventana entreabierta del alma, llevándose consigo el polvo del desaliento y dejando a su paso el aroma fresco de la esperanza renovada.
En el momento menos pensado, cuando el corazón se ha acostumbrado al ritmo monótono de la rutina, apareces como esa melodía que creíamos olvidada y que de pronto vuelve a sonar en el viejo radio del pecho. Tu risa es el primer rayo de sol que se asoma entre las nubes después de la tormenta, y tus palabras, pequeños milagros cotidianos que convierten el agua común en vino de celebración.
No necesitas tocar el timbre ni anunciarte con fanfarrias. Tu sola presencia es suficiente para que las flores del jardín interior se incorporen hacia la luz, para que los pájaros enjaulados del espíritu recuperen el canto. Llegas como llegan las cosas verdaderas: sin ruido, sin prisa, pero con la certeza absoluta de quien sabe que su lugar está aquí, en este corazón que te esperaba sin saberlo.
Y es que la alegría auténtica nunca avisa. Se presenta de improviso, como tú, para recordarnos que la vida es mucho más generosa de lo que creemos, que siempre hay una puerta abierta hacia la felicidad cuando menos lo esperamos. Gracias por llegar así, sin avisar, para alegrar mi vida con tu presencia imprevista y necesaria.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario