sino con las letras.
Son epistolares, íntimos, invisibles:
se enredan en cada palabra,
se esconden en los pliegues de un “te pienso”,
y llegan a la piel como si fueran caricia.
Un abrazo epistolar no pesa,
pero sostiene.
No se oye,
pero late.
No se toca,
pero queda.
Y así, entre líneas, descubro
que escribirte
es la manera más secreta y hermosa
de abrazarte.
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