No estás aquí, y sin embargo te siento: en el temblor de mis manos, en la tinta que mancha mis dedos, en las palabras que se derraman como sudor sobre la página. Cada letra es un suspiro que no se atreve a pronunciar tu nombre, cada frase un cuerpo que se dobla entre el deseo y la ausencia.
La fiebre de ti no quema solo la piel, quema los recuerdos, quema la calma, quema el tiempo que nos separa. Es un incendio que nadie ve, pero que habita en cada línea que escribo, en cada pausa que me recuerda que estuviste y que todavía estás, aunque solo sea en tinta y en temblor.
No puedo tocarte, no puedo abrazarte, pero la tinta me acerca a ti. Cada palabra es un roce, cada párrafo un encuentro, cada página un latido compartido. La fiebre de ti se esconde en lo que no digo, en lo que dejo entrelíneas, en lo que la tinta recoge y guarda, eternamente.
Hueles a tinta, y yo me pierdo en tu olor, en tu forma de existir sin tocar, en la manera en que tu ausencia se hace tangible y hermosa. La fiebre de ti no se apaga, no cede, no olvida: habita en mí, habita en la tinta, habita donde solo nosotros sabemos que existe.
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