son dos que se miran
y sonríen sin parar.
No hacen falta palabras,
ni discursos largos,
solo ojos que se encuentran
y bocas que confiesan
con una sonrisa
lo que el alma ya sabía.
Allí, en ese silencio feliz,
el mundo se calla,
y lo único que suena
es la risa compartida,
la complicidad que no necesita voz.
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