Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

COMO EL CAFÉ DE LA MAÑANA

Te deseo con esa urgencia antigua que precede al primer sorbo, cuando el cuerpo aún habita la penumbra del sueño y la conciencia apenas despunta como luz filtrada entre persianas. Te deseo como se desea lo necesario, lo que completa el ritual de estar vivo, lo que convierte el despertar en promesa y no en condena.

Porque hay deseos que son gritos y hay deseos que son susurros, pero tú eres ese deseo que huele a mañana, que calienta las manos antes de tocar el mundo, que despierta la boca con su amargura dulce, con su sabor a empezar de nuevo. Te deseo como se desea el café: sin dramatismo, sin aspavientos, pero con una certeza que viene desde adentro, desde ese lugar donde habita la costumbre más sincera.

No te deseo como se desea lo extraordinario, sino como se desea lo cotidiano que nos salva. Como se desea la primera luz del día, el agua fresca en la garganta seca, el silencio antes de que el mundo se llene de ruido. Te deseo con esa fidelidad elemental de quien sabe que sin ti las cosas serían posibles, sí, pero incompletas, como una mañana sin aroma, como un comienzo sin ritual.

Y es que hay deseos que son fuego y hay deseos que son brasa. Tú eres la brasa: constante, necesaria, la que mantiene el calor cuando todo lo demás se enfría. Te deseo tanto como al café de la mañana porque eres mi forma de decirle que sí a otro día, mi primera decisión consciente, mi pequeña rebeldía contra el vacío.
Te deseo así: simple, profundo, inevitable. Como se desea despertar.

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