Dejar el pasado atrás es como cerrar los ojos y sentir en la piel el viento que arrastra hojas secas, esas que una vez fueron parte de árboles que soñaron con el sol. No es olvidar, ni borrar los nombres ni las heridas que aún duelen en la madrugada, sino aprender a caminar con ellos sin que pesen, sin que se conviertan en cadenas que amarren los pasos. El pasado es ese huésped silencioso que nos acompaña en las habitaciones de la memoria, pero dejarlo atrás es encender la luz y decidir que hoy las sombras no gobernarán más. Se trata de soltar la carga con manos temblorosas, despacio, como si fuera un niño que regresa a casa después de una larga ausencia, y entiende que la vida solo se vive una vez, que nadie repite el camino ni recoge las piedras que quedaron atrás. Dejar el pasado atrás es abrir las ventanas del alma para que entre el aire fresco, ese que renace en cada instante y nos invita a ser libres.
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