El amor que le entregué fue un incendio sin límite, una llamarada que consumió cada rincón de mi ser. La amé como nunca antes, con la intensidad de quien nace para dar todo sin reservas, sin medir pérdidas ni ganancias. Cada palabra, cada gesto, cada silencio se llenó de un deseo feroz de sostenerla, de hacerla mía en cuerpo y alma. Pero aquel fuego, tan voraz y profundo, no encontró en ella la misma sed.
Ella navegó en aguas grises, ajena a mi mar ardiente, y le fue insuficiente mi entrega. No supo o no quiso beber de ese río desbordado. Y en su indiferencia se quedó, mientras yo naufragaba en la vorágine de amar sin retorno. Amar así, tan profundo y absoluto, a veces solo es un acto solitario que deja cenizas donde antes hubo esperanza.
Quedó la memoria de ese amor enorme, un paisaje que nunca pudo ser; la certeza dolorosa de que amar sin medida no siempre es igual a ser amado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario