Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO

Amarnos hasta quedar sin aliento es descubrir que el oxígeno sobra cuando dos bocas se buscan en la penumbra y encuentran, en ese roce perpetuo, una forma nueva de respirar. Es convertir cada beso en una asfixia dulce, en un ahogamiento voluntario donde los pulmones aprenden a alimentarse de piel en lugar de aire, donde el jadeo se vuelve idioma y la respiración entrecortada, poesía.

Nos amamos con esa urgencia de los náufragos que se abrazan sabiendo que hundirse juntos es la única salvación posible. Nos amamos hasta que el mundo se estrecha, hasta que el cuarto se queda pequeño y las paredes se curvan hacia adentro buscando contenernos. Hasta que cada caricia es un último aliento y cada gemido, una despedida que renace.

Porque amarnos así, sin aire, sin pausa, sin tregua, es entender que la vida está en ese momento justo antes del desmayo, en ese vértigo donde el cuerpo se rinde pero el deseo permanece intacto, latiendo como un corazón aparte. Es quedarse sin voz de tanto decir tu nombre, sin fuerzas de tanto desearte, sin aliento de tanto vivir en un solo instante todo lo que otros tardan años en sentir.

Y cuando finalmente caemos, exhaustos, vencidos por nuestra propia voracidad, entendemos que respirar es apenas un trámite entre beso y beso, que el aire es sólo una excusa para volver a empezar, para amarnos de nuevo hasta que el mundo desaparezca y sólo quedemos tú y yo, dos cuerpos sin aliento pero infinitamente vivos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario