Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

QUE LA POESÍA NOS HAGA

Que la poesía nos haga desandar los pasos que nunca tomamos, caminar por las estaciones que el invierno olvidó en su prisa, y beber del silencio que dejaron las palabras cuando aún creíamos en la inocencia del amanecer.

Que nos vuelva descalzos sobre la hierba húmeda del asombro, buscando entre la niebla ese rostro que una vez fuimos, antes de que el tiempo nos diera oficios y nos quitara la costumbre de mirar las nubes con hambre de infinito.

Que la poesía nos desnude de tanta certeza acumulada, de tantas respuestas que pesan como losas en el alma. Que nos enseñe a habitar las preguntas como quien habita un viejo granero lleno de trigo y sombras, donde cada espiga guarda un secreto que el viento contará solo a quienes se atrevan a escuchar con los ojos cerrados.

Que nos conceda la valentía de nombrar el dolor sin pudor, de cantar la alegría sin vergüenza, de tocar las heridas con la delicadeza con que se sostiene un pájaro recién nacido. Que nos recuerde que en cada grieta cabe un universo, y que hasta la piedra más fría guarda memoria del fuego.

Que la poesía nos junte los pedazos que el mundo desgranó en nosotros. Que nos una a los otros no por lo que tenemos, sino por lo que hemos perdido y seguimos buscando en el reflejo de un mismo río. Que nos enseñe que el amor no es un destino, sino el camino que se hace al andar con las manos abiertas y el corazón en vilo.

Porque al final, quizás la poesía no sirva para llenar la despensa ni calmar la sed cotidiana. Pero hará que la lluvia suene a promesa, que la noche se pueble de presencias, y que cada despedida lleve consigo la semilla de un reencuentro.

Que la poesía nos haga, sencillamente, más humanos. Más frágiles y más fuertes. Más solos y más acompañados. Más terrenales y a la vez… más cerca de aquella luz que encendimos un día, cuando aún éramos solo un verso en la boca del tiempo.

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