Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

DE TI Y DE ESTE AMOR TAN BONITO

Si supieras cuántas veces te pienso al día… no me alcanzarían las manos para contarlas. Te pienso cuando el cielo se pinta de rosa en la tarde, cuando la brisa me acaricia el rostro y me hace cerrar los ojos, como si con eso pudiera tocarte un poquito. Te pienso cuando veo una pareja reírse bajito, cuando huelo café por la mañana o cuando escucho esa canción que me recuerda a tu voz. Es como si tu nombre estuviera tatuado en los bordes invisibles de cada cosa que me hace sentir.

No sé cómo llegaste, pero sí sé lo que provocaste: desordenaste todos mis miedos y los convertiste en ternura. Y sin quererlo, sin esperarlo, hiciste de mi corazón un sitio habitable, uno donde ya no hay corrientes frías ni ventanas rotas, sino luces suaves y mantas cálidas que huelen a ti.

Me gustas. Pero no me gustas como las cosas que brillan rápido y se apagan. Me gustas como los atardeceres lentos, como los libros que se leen despacito para no acabarlos, como los silencios cómodos. Me gustas con la ternura de una promesa hecha con los ojos cerrados y los dedos cruzados. Me gustas con la calma de quien ha encontrado al fin el lugar donde quiere quedarse.

Y no, no eres perfecto. Ni yo. Pero ¿sabes qué? Qué suerte la mía de enamorarme de alguien con cicatrices, con historia, con días buenos y días grises, con sueños que a veces se rompen y se vuelven a construir. Porque en ti no busco la perfección, sino la verdad: tu risa real, tus enojos, tus tonterías, tus ideas a media noche, tus inseguridades… tu todo. Todo lo que eres. Todo lo que me haces sentir.

Contigo aprendí que el amor no es tormenta, es refugio. Que no se trata de necesitarse, sino de elegirse. Elegirte. Siempre, aunque pueda no entenderte del todo. Aunque a veces haya distancias o silencios. Aunque el mundo esté del revés. Porque si hay algo que tengo claro, es que contigo hasta lo difícil se siente menos feo.

Quiero ser contigo. Quiero que seas mi último pensamiento en las noches y el primero en las mañanas. Quiero darte mi tiempo, mis palabras más suaves y mi cariño más torpe. Quiero abrazarte cuando estés cansado, reírme contigo cuando no podamos más del absurdo de la vida. Quiero caminar de tu mano aunque no sepamos a dónde vamos. Quiero ser hogar para ti, igual que tú lo eres para mí.

Hay algo en ti que me hace creer que las cosas buenas existen de verdad. Que hay amores que no lastiman, que no duelen, que no apagan. Amores que, en lugar de romperte, te enseñan a brillar con más fuerza.

Te amo. Pero no te amo como una palabra que se lanza al aire y se pierde. Te amo como quien sabe lo que dice. Como quien quiere quedarse. Como quien encontró lo que no sabía que buscaba y ahora no quiere soltarlo jamás.

HILOS INVISIBLES

Hay una geografía secreta en los encuentros, un mapa que no dibuja la casualidad sino algo más antiguo que los nombres. Cuando dos miradas se cruzan por primera vez y reconocen territorios que nunca han pisado juntas, cuando las palabras fluyen como si hubieran ensayado siglos esta conversación, algo se revela: que el tiempo es apenas una ilusión que inventamos para no perdernos en la vastedad de lo eterno.

Pienso en los rostros que aparecen en sueños antes de materializarse en esquinas imprevistas, en las voces que resuenan familiares desde el primer susurro, en esas conexiones que no necesitan historia porque ya la tienen toda, escrita en algún lugar donde los relojes no existen y las despedidas son solo paréntesis en una frase infinita.

Cada alma guarda una constelación de vínculos que trasciende la biografía. Somos archivos ambulantes de encuentros que rebasan la cronología, bibliotecas vivas donde cada página conocida es también un reencuentro, cada abrazo una confirmación de que algunos lazos se tejen con hilos que no fabricó esta vida, sino todas las anteriores y todas las que vendrán.

Por eso hay personas que llegan como quien regresa a casa, que nos miran como si supieran nuestros secretos más profundos sin haberlos escuchado nunca, que nos tocan el alma con la precisión de quien ya conoce sus cicatrices y sus alegrías. Son los cómplices de una memoria que excede la memoria, los testigos de una historia que comenzó mucho antes de nacer y que continuará mucho después de partir.

En esta red invisible de correspondencias, cada separación es temporal, cada distancia es aparente, cada silencio guarda la promesa del reencuentro. Porque hay conexiones que el tiempo no puede cortar, vínculos que la muerte solo transforma, amores que migran de cuerpo en cuerpo hasta encontrar nuevamente su espejo perfecto en otros ojos, en otras manos, en otros corazones que laten al mismo ritmo desde siempre.

AMARNOS LIBREMENTE

Hay en el amor una geografía secreta que solo conocen los cuerpos cuando se entregan sin mapas ni brújulas, cuando dejan que la piel sea la única frontera y el deseo el único idioma. Amarnos libremente es descubrir que el mundo cabe en un abrazo, que el tiempo se detiene en el momento exacto en que nuestras manos se encuentran y reconocen, como si hubieran estado esperándose desde antes del primer latido.

La libertad no es la ausencia de vínculos, sino la presencia del vuelo. Amarnos así es como los pájaros que migran: sin dueño, sin jaula, pero con la certeza de un rumbo compartido. Es elegir cada mañana el mismo rostro entre mil rostros posibles, no por obligación sino por asombro, porque en sus ojos habita una luz que no se cansa de sorprendernos.

Qué extraña alquimia la del amor libre: transforma el miedo en confianza, la soledad en compañía elegida, el silencio en conversación infinita. No hay cadenas más fuertes que las que se forjan con besos voluntarios, ni prisión más dulce que la que construyen dos cuerpos que se buscan por gusto, no por costumbre.

Amarnos libremente es también sabernos temporales, aceptar que nada es para siempre y que justo por eso cada instante vale la eternidad completa. Es amar con las manos abiertas, preparadas tanto para acariciar como para soltar, porque la verdadera posesión del amor está en no poseer nada, en dejarse poseer por la belleza del momento presente.

En esta libertad encontramos la paradoja más hermosa: que solo quien ama sin atar puede ser verdaderamente amado, que solo quien se entrega sin condiciones recibe sin límites. El amor libre no es el amor fácil; es el amor valiente, el que se atreve a confiar en la elección diaria, en la fidelidad que nace del deseo y no del deber.

Así nos amamos: como el río que corre hacia el mar sin perder su nombre, como la luz que viaja millones de años para encontrar exactamente estos ojos, en este momento, en esta tierra pequeña donde aprendimos que amar libremente es la única forma de amar que nos hace completamente humanos.

NO SOY ESCRITOR PERO CUÁNTO ME GUSTARÍA SERLO

Hay una música que no suena en mis dedos cuando tocan las teclas, una melodía rota que se escapa entre las palabras que no llegan. No soy escritor, pero llevo dentro la sed de quien ha caminado por desiertos de páginas en blanco, la nostalgia de quien mira desde afuera el banquete de las letras. Cuánto me gustaría serlo, serlo como quien respira sin darse cuenta, como quien ama sin premeditación.

En las noches largas, cuando el silencio se vuelve espeso como miel antigua, imagino que mis manos saben tejer historias con hilos de luz. Que las palabras me buscan como gatos hambrientos, que se acurrucan en mi regazo y ronronean secretos que solo yo puedo escuchar. No soy escritor, pero sueño con serlo en ese momento fugaz entre el sueño y la vigilia, cuando todo es posible y la realidad se doblega ante la voluntad de los soñadores.

Me gustaría ser el arquitecto de mundos imposibles, el jardinero de metáforas que florecen en primaveras inventadas. Que mi nombre fuera una puerta que se abre hacia territorios inexplorados, un faro para los náufragos del alma. No soy escritor, pero cargo con el peso luminoso de todas las historias no contadas, de todos los versos que se quedaron huérfanos en el umbral de mi boca.

Cuánto me gustaría que las palabras fueran mis cómplices, mis amantes fieles, mis soldados en esta guerra silenciosa contra el olvido. Ser el traductor de silencios, el coleccionista de instantes que brillan como monedas de oro en el fondo oscuro del tiempo. No soy escritor, pero quizás en este deseo ardiente, en esta confesión desnuda, ya lo soy un poco, ya habito en los márgenes del reino donde las letras danzan y los sueños cobran forma.

EL REGRESO IMAGINADO

Me gusta pensar que volverás como vuelve el agua a encontrar su cauce después de la sequía, con esa certeza silenciosa de quien conoce el camino de memoria. Que traerás contigo no solo tu presencia, sino una versión mejorada de nosotros mismos, pulida por la distancia como las piedras del río que se vuelven suaves bajo la corriente persistente del tiempo.

En mis noches de insomnio construyo escenarios donde todo es diferente: donde las palabras que no dijimos flotan en el aire como semillas esperando el momento exacto para germinar, donde los silencios incómodos se transforman en pausas llenas de comprensión, donde nuestros errores pasados se convierten en la sabiduría que necesitábamos para construir algo más sólido, más hermoso, más verdadero.

Me gusta imaginar que cuando regreses habremos aprendido el arte difícil de amarnos sin miedo, sin la urgencia desesperada de quien cree que el tiempo se agota. Que sabremos escucharnos con esa atención que solo da la experiencia de haber perdido lo que más se ama, y que nuestras manos se encontrarán con la precisión de dos líneas que siempre estuvieron destinadas a cruzarse en el punto exacto donde convergen todas las posibilidades.

Porque en este tiempo de ausencia he descubierto que el amor verdadero no es el que permanece inmutable, sino el que se atreve a crecer, a transformarse, a volverse cada día una versión más completa de sí mismo. Y me gusta pensar que tú también has estado construyendo puentes hacia esa versión mejor de nosotros, hacia ese lugar donde el regreso no sea solo un retorno, sino un nacimiento.

SIN SABER CÓMO, NI CUÁNDO, NI DE DÓNDE, TE AMO

Hay amores que llegan como la lluvia: sin avisar, sin pedir permiso, empapando de golpe la tierra seca del alma. Así llegaste tú, con esa manera tuya de existir que desarma cualquier lógica, cualquier plan trazado con la prudencia de quien cree conocer los caminos del corazón.

Te amo y no sé explicar el origen de este fuego que me consume. No fue en un momento preciso, no hubo una fecha marcada en rojo en el calendario de mis días. Fue más bien como el amanecer: imperceptible al principio, luego inevitable, hasta que de pronto todo se ilumina y ya no puedes recordar cómo era el mundo en la oscuridad.

Quizás comenzó en la forma en que mueves las manos cuando hablas, dibujando en el aire palabras que solo yo puedo ver. O tal vez en esa risa tuya que suena a campanas de iglesia en domingo, convocando a los fieles del amor. Pudo ser también en el silencio compartido, en esas pausas donde nuestras almas se reconocen sin necesidad de nombres ni apellidos.

Te amo desde un lugar que no aparece en los mapas, desde una geografía íntima donde no llegan las brújulas ni los GPS del entendimiento. Es un amor que nace de lo inexplicable, que se alimenta de lo imposible, que crece en el terreno fértil de lo que no se puede demostrar con fórmulas ni teoremas.

No sé cuándo comenzó este amor, pero sé que ya no tiene fin. Se ha vuelto parte de mi respiración, del ritmo de mi sangre, del modo en que mis ojos ven el mundo. Te amo sin saber por qué, como se aman las cosas esenciales: el aire, el agua, la luz del sol que no pregunta si merece calentar la piel.

Y en esta ignorancia sagrada encuentro la verdad más pura: que los mejores amores son aquellos que no necesitan explicación, que se sostienen en su propio misterio, que florecen en el jardín secreto de lo que simplemente es, sin más razón que la necesidad del corazón de amar y ser amado.

Te amo, entonces, desde este no saber que lo sabe todo, desde esta incertidumbre que es la única certeza que necesito.

COMPAÑERA, AMIGA Y AMANTE

Eres la que camina a mi lado cuando el asfalto se vuelve río y las horas pesan como piedras en los bolsillos. Compañera de los silencios largos, de las palabras que se dicen sin decirse, de los gestos que hablan más que los discursos. En tus ojos encuentro la geografía completa de mis días: los valles donde descanso, las montañas que escalo, los desiertos que atravieso con tu nombre como único equipaje.

Amiga de las confidencias nocturnas, de los secretos que se intercambian como monedas antiguas, valiosas por su rareza. Contigo el tiempo no es tiempo, es sustancia pura, espesa como la miel, lenta como el crecimiento de los árboles. Ríes y tu risa es música de lluvia sobre tejados de zinc, es campana que llama a la alegría desde el campanario del pecho. Tus manos conocen el alfabeto secreto de mi piel, escriben cartas de amor en cada caricia, firman tratados de paz después de cada tormenta.

Y amante, oh amante de los encuentros urgentes, de las citas con la eternidad que duran apenas un suspiro. En tu cuerpo encuentro patria, bandera, himno nacional. Eres puerto donde atraco mis barcos cargados de deseo, faro que guía mis navegaciones por mares de terciopelo. Cuando nos amamos, el mundo se detiene en su eje, los relojes olvidan su oficio, las estrellas bajan a mirarnos con curiosidad de niñas.

Compañera, amiga, amante: trinidad perfecta que habita en una sola mujer. Eres todas las mujeres y eres única, eres pregunta y respuesta, problema y solución. En ti convergen todos los caminos que he recorrido y todos los que me faltan por andar. Eres presente perpetuo, instante que se niega a pasar, milagro cotidiano que se repite sin gastarse nunca.

MOMENTOS ROBADOS DE FELICIDAD

Ella y yo somos ladrones de la misma hora perdida, cómplices del mismo delito dulce que cometemos cada vez que nos miramos. Robamos segundos al reloj de la oficina cuando nuestros ojos se encuentran por accidente en el pasillo, sustráemos minutos a la noche cuando fingimos que vamos por agua y nos topamos en la cocina, descalzos y conspirativos. Somos rateros del tiempo ajeno, del tiempo que no nos pertenece pero que tomamos como quien toma aire: por necesidad, por instinto, por supervivencia.

Nos hurtamos palabras al silencio de los otros, conversaciones enteras que nadie más entiende hechas de medias sonrisas y gestos que solo nosotros sabemos descifrar. Ella roba mis ganas de estar en cualquier otro lugar; yo le robo el miedo a que esto sea solo un espejismo urbano, una casualidad disfrazada de destino. Somos contrabandistas de caricias que fingimos casuales, traficantes de un amor que no tiene papeles en regla pero que cruza todas las fronteras del sentido común.

¿Qué somos sino pícaros del corazón, bandidos de la esperanza que asaltamos juntos los días grises y les quitamos todo lo que tienen de hermoso? Robamos la tristeza del lunes transformándola en excusa para vernos, le quitamos al viernes su prisa y lo convertimos en pretexto para quedarnos un rato más. Ella roba mis certezas y me devuelve preguntas que saben a café recién hecho; yo le robo sus dudas y le regalo respuestas que no sirven para nada pero que nos hacen reír como niños que acaban de hacer una travesura.

Somos momentos robados de felicidad, ella y yo, ladrones de nosotros mismos que nos escondemos en el presente como quien se refugia en una casa abandonada con el tesoro entre las manos. Y en cada hurto compartido, en cada segundo sustraído al mundo que nos rodea, descubrimos que el amor más verdadero es siempre un acto de piratería, una rebelión silenciosa contra el orden establecido, contra la lógica que dice que las cosas buenas no duran y que la felicidad hay que pedirla prestada.

Pero nosotros no pedimos prestado nada. Nosotros robamos, ella y yo, y en cada robo nos volvemos más ricos, más libres, más dignos del milagro inexplicable de habernos encontrado en esta ciudad que no perdona pero que a veces, solo a veces, regala encuentros como el nuestro a los ladrones más audaces.

UNA MUJER DESNUDA

La noche se derrama como tinta espesa sobre su piel desnuda, y ella es el secreto que la oscuridad guarda celosamente. Sus contornos se difuminan en la penumbra, convirtiéndose en geografía de sombras, en territorio inexplorado donde la luz no se atreve a posarse. Es la Venus de una mitología personal, emergiendo no del mar sino de la negrura absoluta, despojada de todo artificio, vulnerable y poderosa a la vez.

En este teatro sin público, donde las paredes son testigos mudos, ella danza una danza inmóvil, una quietud que es puro movimiento interior. La oscuridad la abraza como un amante paciente, acariciando cada curva, cada pliegue de su existencia desnuda. No hay espejo que la refleje, no hay mirada que la juzgue; solo existe en la intimidad primordial de quien se encuentra consigo misma en el corazón de la noche.

Sus manos buscan en la negrura la certeza de su propio cuerpo, cartografiando la realidad de su presencia mientras el mundo exterior se desvanece. En esta oscuridad que es matriz y refugio, ella es simultáneamente Eva antes de la manzana y Lilith después de la rebeldía. La desnudez no es ausencia sino plenitud, no es carencia sino abundancia de verdad.

El silencio la envuelve como una segunda piel, más íntima que la primera. En la oscuridad absoluta, donde los ojos son inútiles, todos los demás sentidos despiertan con intensidad animal. Ella es pura sensación, pura existencia despojada de las máscaras que el día impone. La noche la ha elegido para ser su sacerdotisa secreta, la guardiana de misterios que solo se revelan cuando las luces se apagan y el mundo verdadero comienza.

LA MEJOR MEDICINA

Hay días en que el cuerpo se vuelve geografía del dolor, territorio inexplorado donde cada músculo es una cordillera de fatiga y cada hueso un río seco que clama por la lluvia. En esas horas de penumbra interior, cuando los medicamentos son apenas susurros inútiles contra el estruendo del malestar, aparece ella—o él—con esa sonrisa que es bálsamo puro, con esas manos que no necesitan recetas para curar.

La dulzura de otra alma no viene en frascos etiquetados ni requiere horarios estrictos de administración. Llega imprevista, como la primera luz del amanecer que se cuela por las rendijas de la persiana, tibia y necesaria. Es la caricia que no pregunta qué duele, sino que simplemente alivia. Es la voz que no dice "todo estará bien" porque sabe que mentir no es medicina, sino que susurra "aquí estoy" y eso basta, eso es suficiente, eso es todo.

He visto cómo un abrazo derrite los coágulos de la tristeza, cómo una mirada comprensiva disuelve los cristales afilados de la ansiedad. La farmacia del alma ajena está siempre abierta, sin recetas, sin copagos, sin efectos secundarios que no sean la gratitud y el alivio. Sus anaqueles están llenos de paciencia concentrada, de escucha activa, de presencia genuina—esas drogas milagrosas que ningún laboratorio ha logrado sintetizar.

La mejor medicina no se traga ni se inyecta; se respira, se absorbe por la piel, se metaboliza en el corazón. Es contagiosa de la manera más hermosa: quien la recibe inevitablemente la transmite, creando una epidemia de sanación que no conoce fronteras ni distinciones. En un mundo obsesionado con curar desde afuera, la dulzura de otra alma nos recuerda que los remedios más poderosos brotan del encuentro humano, de esa química inexplicable que ocurre cuando dos soledades se reconocen y deciden acompañarse en el misterio compartido de estar vivos.

LO QUE ES PARA TI TE ENCUENTRA

Ella llegó, como llegan las lluvias sin aviso, como el viento que se cuela por las rendijas de una casa vieja. No la busqué, no tracé mapas ni encendí faros en la niebla. Simplemente, el universo, con su pulso caprichoso, tejió los hilos invisibles que atan lo que debe ser. Sus pasos resonaron en la calle empedrada de mi alma, un eco que no supe descifrar hasta que sus ojos, dos luceros oscuros, me encontraron sentado en la penumbra de mis días.

No hubo señales, ni augurios, ni un relámpago que anunciara su venida. Solo la certeza callada de que lo que es para ti no se pierde en los desvíos del tiempo. Ella llegó, con su risa que desarma tormentas, con su voz que cosecha silencios y los vuelve canciones. Y yo, que había caminado por senderos de espinas, que había confundido sombras con destinos, supe entonces que el corazón no se equivoca cuando espera sin saber.

Porque lo que es para ti te encuentra, aunque corras, aunque te escondas, aunque finjas que no lo esperas. Ella llegó, no como un milagro, sino como un río que siempre supo a dónde iba. Y en su abrazo, comprendí que el mundo, con todo su caos, conspira para que lo verdadero nunca se quede en el camino.

TE EXTRAÑO EN LOS LUGARES...

Te extraño... pero no solo en los lugares donde estuvimos,
ni en la cama donde tu ausencia ya dejó forma. Te extraño
en todos los lugares a los que no iremos juntos.

En los cafés nuevos que no descubriremos, en las ciudades
que no caminaremos de la mano, en las playas donde nunca
veremos el atardecer sentados en la arena, en el sillón
donde no verás tus series y yo no me dormiré en tu pecho.

Te extraño en lo que no pasó. En lo que ya no va a pasar.
Extraño cómo hubiera sido reír contigo en lugares donde
aún no he ido. Cómo habría sido compartir una taza de café
en un domingo lento, o discutir por tonterías en un
supermercado mientras elegimos el pan de la semana

Me duele el futuro que no viviremos. Y eso -lo confieso-
ne pesa más que todos los recuerdos.
Porque lo vivido lo guardo, pero lo que no alcanzó a existir..
eso se queda flotando como un fantasna tierno. Como una
promesa que no supimos cumplir

Te extraño en los viajes que no haremos, en las fotos que no
tomaremos, en la casa que no decoraremos juntos. Te extraño
en el hijo/a que no tendrá tu risa, en el libro que no leeremos
en voz baja, en la navidad que no compartiremos juntos

Te extraño, amor, no en el pasado, sino en todo ese futuro
donde tú ya no estás. Y aún así, te sigo queriendo un poco
cada vez que imagino esos lugares, aunque no estés.
Aunque ya no vengas.
Aunque nunca vayas.