Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

COMERNOS A BESOS.

Devorarnos en la urgencia del deseo
Hay algo de hambre antigua en esto de comernos a besos, algo que viene de antes del lenguaje, cuando el amor y la mordida eran la misma cosa y no había manera de distinguir entre la ternura y el instinto de devorar lo que más se ama. Porque amarte así es querer tragarte entera, convertirte en alimento que nutre algo más profundo que el cuerpo, algo que tiene que ver con esa sed metafísica de fundirse hasta desaparecer.

Te como a besos como quien se come una fruta prohibida en el jardín del edén de tu piel, con la desesperación de quien sabe que cada bocado es una pequeña muerte y un renacimiento. Tus labios son el manjar que devoro sin saciarme nunca, porque el apetito del amor es infinito y circular como el símbolo del ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, el deseo que se alimenta de su propia intensidad.

En cada beso hay algo de antropofagia sagrada, de ritual primitivo donde te mastico con los dientes del deseo y te trago con la lengua de la pasión, donde te digiero en el estómago del alma y te convierto en sangre que corre por mis venas. Comernos a besos es eso: la alquimia de transformar dos cuerpos en una sola carne hambrienta, el milagro cotidiano de hacer del amor un banquete donde somos simultáneamente el festín y los comensales.

Y después de comernos así, a dentelladas de ternura y mordiscos de eternidad, quedamos saciados por un instante breve, apenas un parpadeo cósmico, antes de que vuelva el hambre, antes de que regrese esa necesidad primordial de devorarnos otra vez, de comernos a besos hasta que no quede nada de nosotros excepto el sabor del otro en la boca y la certeza de que el amor verdadero siempre ha sido, en esencia, un acto de dulce canibalismo.

EL AUTO FUE TESTIGO...

El auto, cómplice de silencios y susurros, guarda entre sus curvas y asientos las huellas invisibles de nuestra pasión. Testigo mudo, enciende su motor no solo con gasolina, sino con la vibración de cada roce, de cada mirada que lanzamos desde la ventana empañada. En ese espacio reducido, donde el mundo se vuelve un eco distante, se despliegan los cielos interiores que habitamos. Cada frenada, cada acelerón, es un latido que nos acerca o separa, que dibuja mapas secretos sobre el cuero gastado y el metal frío. El auto no se mueve solo; se contagia del fuego que traemos dentro, del deseo que no se dice pero se siente en cada pasillo de asfalto recorrido juntos. Así, entre la velocidad y el destino, nuestro amor queda escrito en la memoria del volante, un relato que solo el tiempo y el silencio podrán leer.

NUESTRA PRIMERA VEZ

Nuestra primera vez fue un ritual de pieles y suspiros, un temblor que empezó en los dedos y se extendió como fuego lento hasta incendiar cada rincón. El aire se volvió denso, pesado de deseo, y tus manos hablaron un idioma antiguo, el idioma que no necesita palabras porque ya lo sabe el cuerpo. Nos entregamos al vértigo de descubrirnos, a la búsqueda febril de un placer que escapaba a la razón. Cada estremecimiento fue una promesa secreta, cada roce un poema indecente que se escribía en la oscuridad. El mundo se redujo a la caricia inmediata, al sabor del aliento entrecortado y al pulso desbocado que marcaba el ritmo de nuestra entrega.

No fue solo un encuentro, sino una demolición de muros, un encuentro con la vulnerabilidad y con la fuerza primitiva que nos hizo protagonistas y testigos al mismo tiempo. Tocar y ser tocados era un diálogo sagrado, un pacto sin certezas salvo el fervor de la novedad que ardía y quemaba, que curaba y nos trastocaba. En esa primera vez, fuimos al mismo tiempo fuego y ceniza, deseo y calma, el caos perfecto donde nos perdimos sin miedo para encontrarnos para siempre.

NUESTRAS MIRADAS SE CRUZARON

Nuestras miradas se cruzaron en ese instante suspendido, como dos cometas que se rozan sin saber si el viento las llevará al mismo cielo. Fue un golpe sutil, una electricidad muda que atravesó el tiempo y el espacio, desafiando el silencio. En esa fulminación breve, todo el universo pareció encogerse para escucharnos, para revelar secretos que solo los ojos saben guardar.

No hubo palabras, ni un gesto que delatara el temblor oculto; solo un encuentro de almas, delicado y preciso, que caminaba sobre la cuerda floja de lo posible y lo eterno. Y en ese roce invisible quedó la promesa de algo invisible, una conversación callada escrita en la luz que aún ilumina el recuerdo, esa señal indeleble que nos persigue cada vez que la mirada busca otra mirada.

ENCUENTROS

Lo que es para ti te encuentra
Hay un rumor antiguo en el aire, una brisa que no se cansa de rozar los rostros distraídos. Caminas, y a veces crees que eliges el rumbo, pero es el destino quien te lleva de la mano, con la paciencia de quien sabe esperar. Lo que es para ti, te encuentra, aunque te escondas detrás de tus dudas, aunque te disfraces de prisa y te pierdas en la multitud de tus propios pensamientos.

Hay cosas que llegan sin anunciarse, como la lluvia que sorprende a los árboles, como la luz que se cuela entre las persianas en la mañana. No importa cuántos caminos recorras, ni cuántas puertas cierres: lo que es tuyo tiene la llave de todas las cerraduras. Se desliza, silencioso, por las rendijas de tu vida, y te encuentra incluso cuando te crees perdido.

A veces, lo que es para ti te busca en los sueños, en las palabras que no dijiste, en los silencios que guardaste como un tesoro. Y cuando por fin te alcanza, entiendes que no era necesario correr, ni luchar contra la corriente. Solo era cuestión de estar, de abrir los ojos y dejarse encontrar.
Porque hay encuentros que no se buscan, pero que llegan para quedarse. Y entonces, comprendes que el universo conspira a favor de los que esperan con el corazón abierto, de los que confían en la promesa secreta de la vida: lo que es para ti, te encuentra, siempre.

LA FUGA NECESARIA

Hay en la decisión de partir una sabiduría antigua, un instinto que reconoce cuándo el quedarse se convierte en autofagia. Me voy porque intuyo las fracturas que aún no llegan, porque presiento el sonido de mi propia ruptura y elijo el silencio de la ausencia antes que el estrépito de desintegrarme aquí, frente a testigos que luego recordarán mis pedazos pero no mi forma completa.

La permanencia tiene su propia violencia. No siempre es visible, no siempre sangra, pero va minando la estructura del alma con la persistencia de la lluvia sobre la piedra. Quedarse donde uno se erosiona es una forma lenta de suicidio, un permiso tácito para que las circunstancias nos devoren por partes, con paciencia, hasta no reconocernos en el espejo de las mañanas.

Me voy entonces como quien preserva un último territorio sagrado: el de la propia integridad. Porque hay amores, trabajos, ciudades, vínculos que cobran demasiado caro el precio de la membresía. Exigen que entreguemos no solo el tiempo sino la médula, no solo la presencia sino la esencia. Y uno termina negociando con su propia destrucción, cediendo fragmentos de sí mismo como si fueran monedas de cambio, hasta quedar vacío, hueco, convertido en un cascarón que imita los gestos de estar vivo.

Prefiero la intemperie del camino solitario. Prefiero el miedo de lo desconocido al pavor de mirarme al espejo y no encontrar nada que valga la pena salvar. La huida tiene mala reputación entre quienes nunca han tenido que elegir entre partir o perecer, pero yo sé que a veces irse es la única forma adulta de decir: me amo lo suficiente como para no dejarme morir aquí.

Me voy con mi fragilidad intacta, con mis grietas sin terminar de abrirse, con la posibilidad todavía viva de recomponerme en otro sitio, bajo otro cielo, donde nadie me exija como tributo la amputación de mi alma.

Que otros juzguen la partida como abandono. Yo la reconozco como el más profundo acto de lealtad hacia mí mismo.

COMO EL CAFÉ DE LA MAÑANA

Te deseo con esa urgencia antigua que precede al primer sorbo, cuando el cuerpo aún habita la penumbra del sueño y la conciencia apenas despunta como luz filtrada entre persianas. Te deseo como se desea lo necesario, lo que completa el ritual de estar vivo, lo que convierte el despertar en promesa y no en condena.

Porque hay deseos que son gritos y hay deseos que son susurros, pero tú eres ese deseo que huele a mañana, que calienta las manos antes de tocar el mundo, que despierta la boca con su amargura dulce, con su sabor a empezar de nuevo. Te deseo como se desea el café: sin dramatismo, sin aspavientos, pero con una certeza que viene desde adentro, desde ese lugar donde habita la costumbre más sincera.

No te deseo como se desea lo extraordinario, sino como se desea lo cotidiano que nos salva. Como se desea la primera luz del día, el agua fresca en la garganta seca, el silencio antes de que el mundo se llene de ruido. Te deseo con esa fidelidad elemental de quien sabe que sin ti las cosas serían posibles, sí, pero incompletas, como una mañana sin aroma, como un comienzo sin ritual.

Y es que hay deseos que son fuego y hay deseos que son brasa. Tú eres la brasa: constante, necesaria, la que mantiene el calor cuando todo lo demás se enfría. Te deseo tanto como al café de la mañana porque eres mi forma de decirle que sí a otro día, mi primera decisión consciente, mi pequeña rebeldía contra el vacío.
Te deseo así: simple, profundo, inevitable. Como se desea despertar.

NO TE ROMPAS

No te rompas, no te quiebres, no te desmorones ante lo inevitable de la vida. El dolor, las lágrimas, la tristeza,
la desmoralización; son parte del diario, son conjunto de vivencias que nos toca experimentar y nadie está excento de ello. Cuida de ti, de tu alma, de tu corazón, emociones y sentimientos.

Defiende tu integridad, amor propio y autoestima. Vence a cada enemigo invisible que quiera verte destruido y no permitas que el daño sea mayor. Tu
actitud es la diferencia entre la derrota
y salir airoso de todo. No sé puede ser
siempre fuerte, es cierto. Pero define que tanto tiempo quieres estar sumido en el llanto, para después levantar la cara y decir: por hoy es suficiente, aprendí algo, y ahora toca levantarse y seguir.

DEJAR EL PASADO ATRÁS

Dejar el pasado atrás es como cerrar los ojos y sentir en la piel el viento que arrastra hojas secas, esas que una vez fueron parte de árboles que soñaron con el sol. No es olvidar, ni borrar los nombres ni las heridas que aún duelen en la madrugada, sino aprender a caminar con ellos sin que pesen, sin que se conviertan en cadenas que amarren los pasos. El pasado es ese huésped silencioso que nos acompaña en las habitaciones de la memoria, pero dejarlo atrás es encender la luz y decidir que hoy las sombras no gobernarán más. Se trata de soltar la carga con manos temblorosas, despacio, como si fuera un niño que regresa a casa después de una larga ausencia, y entiende que la vida solo se vive una vez, que nadie repite el camino ni recoge las piedras que quedaron atrás. Dejar el pasado atrás es abrir las ventanas del alma para que entre el aire fresco, ese que renace en cada instante y nos invita a ser libres.

EL AMOR.QUE YO LE DI

El amor que le entregué fue un incendio sin límite, una llamarada que consumió cada rincón de mi ser. La amé como nunca antes, con la intensidad de quien nace para dar todo sin reservas, sin medir pérdidas ni ganancias. Cada palabra, cada gesto, cada silencio se llenó de un deseo feroz de sostenerla, de hacerla mía en cuerpo y alma. Pero aquel fuego, tan voraz y profundo, no encontró en ella la misma sed.

Ella navegó en aguas grises, ajena a mi mar ardiente, y le fue insuficiente mi entrega. No supo o no quiso beber de ese río desbordado. Y en su indiferencia se quedó, mientras yo naufragaba en la vorágine de amar sin retorno. Amar así, tan profundo y absoluto, a veces solo es un acto solitario que deja cenizas donde antes hubo esperanza.

Quedó la memoria de ese amor enorme, un paisaje que nunca pudo ser; la certeza dolorosa de que amar sin medida no siempre es igual a ser amado.

HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO

Amarnos hasta quedar sin aliento es descubrir que el oxígeno sobra cuando dos bocas se buscan en la penumbra y encuentran, en ese roce perpetuo, una forma nueva de respirar. Es convertir cada beso en una asfixia dulce, en un ahogamiento voluntario donde los pulmones aprenden a alimentarse de piel en lugar de aire, donde el jadeo se vuelve idioma y la respiración entrecortada, poesía.

Nos amamos con esa urgencia de los náufragos que se abrazan sabiendo que hundirse juntos es la única salvación posible. Nos amamos hasta que el mundo se estrecha, hasta que el cuarto se queda pequeño y las paredes se curvan hacia adentro buscando contenernos. Hasta que cada caricia es un último aliento y cada gemido, una despedida que renace.

Porque amarnos así, sin aire, sin pausa, sin tregua, es entender que la vida está en ese momento justo antes del desmayo, en ese vértigo donde el cuerpo se rinde pero el deseo permanece intacto, latiendo como un corazón aparte. Es quedarse sin voz de tanto decir tu nombre, sin fuerzas de tanto desearte, sin aliento de tanto vivir en un solo instante todo lo que otros tardan años en sentir.

Y cuando finalmente caemos, exhaustos, vencidos por nuestra propia voracidad, entendemos que respirar es apenas un trámite entre beso y beso, que el aire es sólo una excusa para volver a empezar, para amarnos de nuevo hasta que el mundo desaparezca y sólo quedemos tú y yo, dos cuerpos sin aliento pero infinitamente vivos.

QUE LA POESÍA NOS HAGA

Que la poesía nos haga desandar los pasos que nunca tomamos, caminar por las estaciones que el invierno olvidó en su prisa, y beber del silencio que dejaron las palabras cuando aún creíamos en la inocencia del amanecer.

Que nos vuelva descalzos sobre la hierba húmeda del asombro, buscando entre la niebla ese rostro que una vez fuimos, antes de que el tiempo nos diera oficios y nos quitara la costumbre de mirar las nubes con hambre de infinito.

Que la poesía nos desnude de tanta certeza acumulada, de tantas respuestas que pesan como losas en el alma. Que nos enseñe a habitar las preguntas como quien habita un viejo granero lleno de trigo y sombras, donde cada espiga guarda un secreto que el viento contará solo a quienes se atrevan a escuchar con los ojos cerrados.

Que nos conceda la valentía de nombrar el dolor sin pudor, de cantar la alegría sin vergüenza, de tocar las heridas con la delicadeza con que se sostiene un pájaro recién nacido. Que nos recuerde que en cada grieta cabe un universo, y que hasta la piedra más fría guarda memoria del fuego.

Que la poesía nos junte los pedazos que el mundo desgranó en nosotros. Que nos una a los otros no por lo que tenemos, sino por lo que hemos perdido y seguimos buscando en el reflejo de un mismo río. Que nos enseñe que el amor no es un destino, sino el camino que se hace al andar con las manos abiertas y el corazón en vilo.

Porque al final, quizás la poesía no sirva para llenar la despensa ni calmar la sed cotidiana. Pero hará que la lluvia suene a promesa, que la noche se pueble de presencias, y que cada despedida lleve consigo la semilla de un reencuentro.

Que la poesía nos haga, sencillamente, más humanos. Más frágiles y más fuertes. Más solos y más acompañados. Más terrenales y a la vez… más cerca de aquella luz que encendimos un día, cuando aún éramos solo un verso en la boca del tiempo.

DEJEMOS LA POESÍA VOLAR

Ven, acércate sin miedo, extiende esos dedos que conocen el frío de la soledad y el calor de las promesas rotas. Dame la mano, esa mano que escribe y borra, que acaricia el aire buscando certezas en el vacío. Dame esa palma donde se acumulan las líneas del destino como surcos en tierra árida esperando la lluvia. No me des palabras ahora, no me des explicaciones ni justificaciones, no me des nada más que ese gesto simple, ese contacto primitivo que nos devuelve a lo esencial, a cuando éramos criaturas sin lenguaje y nos entendíamos mejor que ahora, cuando todo lo nombramos y al nombrarlo lo perdemos.

Porque mira, hemos llenado el mundo de versos, hemos construido catedrales de metáforas donde nos refugiamos del mundo real, donde el dolor duele demasiado y la felicidad es tan frágil que apenas la tocamos se deshace como pompa de jabón. Hemos hecho de la poesía una jaula de oro, hermosa pero prisión al fin, y nos hemos olvidado de que las palabras nacieron para liberarnos, no para encerrarnos. Nos hemos vuelto adictos a la belleza del lenguaje, a la cadencia perfecta, al ritmo que mece pero no despierta, y en ese mecerse nos hemos dormido, hemos perdido el contacto con la tierra bajo nuestros pies, con el cielo que nos llama desde arriba.

Dame la mano y salgamos de esta biblioteca infinita donde cada libro es un mundo que no habitamos realmente, donde somos espectadores de vidas imaginadas mientras la nuestra transcurre en penumbra. Dejemos que los poemas se escriban solos, que las palabras vuelen como pájaros migratorios hacia destinos que no necesitan ser cartografiados. Dejemos que la poesía nos abandone por un momento, o mejor dicho, dejemos de atraparla con nuestras redes de símbolos y metáforas, dejémosla ser lo que quiere ser: viento, suspiro, grito, silencio.

¿Sabes qué pasa cuando dejas de escribir sobre la vida y empiezas a vivirla? Que tus manos se ensucian de tierra, que tus pies se llenan de ampollas, que tu corazón late desacompasado y real, sin la métrica perfecta del endecasílabo. Que el dolor no rima con amor, sino que es algo más complejo, más sucio, más verdadero. Que la alegría no necesita ser comparada con el sol ni con el trino de ningún pájaro, porque es ella misma, pura, sin adornos, como la risa de un niño que no sabe todavía que existe la tristeza.

Ven conmigo y caminemos por calles que no aparecen en ningún poema, calles grises y prosaicas donde la gente compra pan y discute el precio, donde se forman las filas del banco y alguien silba una canción olvidada. Miremos esas vidas que transcurren sin épica, sin héroes ni villanos, solo personas que despiertan y duermen, que aman torpemente, que pierden y siguen, que caen y a veces no se levantan. Porque ahí, en esa aparente monotonía, late algo más grande que cualquier verso: late la vida misma, esa fuerza obstinada que nos mantiene respirando incluso cuando no encontramos razones poéticas para hacerlo.

Dame la mano y crucemos el umbral donde la poesía deja de ser escritura y se convierte en acción, en movimiento, en ese instante preciso en que dos personas se miran y se reconocen sin necesidad de palabras. Donde el silencio no es ausencia sino presencia plena, donde no hace falta decir "te quiero" porque el querer está ahí, en el gesto, en la mirada, en esa mano que sostiene otra mano y no la suelta aunque el mundo se derrumbe.

Porque hemos escrito tanto sobre el amor que nos hemos olvidado de amar, hemos teorizado tanto sobre la libertad que nos hemos encadenado a nuestras propias teorías, hemos poetizado tanto sobre el vuelo que hemos olvidado cómo se abren las alas. Y ahora estamos aquí, tú y yo, rodeados de páginas escritas, de borradores y versiones definitivas que nunca son definitivas, de palabras que dicen todo y no dicen nada, de metáforas que nos alejan de aquello que intentan describir.

Dejemos la poesía volar, sí, pero no como quien abandona algo valioso, sino como quien libera un ave que ha estado enjaulada demasiado tiempo. Dejémosla ir sabiendo que volverá, pero transformada, salvaje de nuevo, verdadera. Que vuele sobre los campos donde trabajan los campesinos, sobre las ciudades donde late el caos y el orden, sobre los mares que no necesitan ser azules para ser hermosos, sobre las montañas que no piden ser conquistadas solo contempladas. Que vuele la poesía y nos traiga de vuelta noticias del mundo real, ese mundo que existe más allá de nuestros cuadernos y nuestras pantallas iluminadas en la madrugada.

Dame la mano, te digo una vez más, porque ese gesto contiene más poesía que mil sonetos perfectos. En el contacto de tu piel con la mía hay más verdad que en todas las bibliotecas del mundo. En el calor que se transmite de una palma a otra está la esencia misma de lo que somos: seres que necesitan tocar y ser tocados, que necesitan la certeza física del otro, que necesitan anclar su existencia en algo tangible antes de lanzarse al vuelo de lo intangible.

Y entonces sí, solo entonces, cuando hayamos caminado juntos lo suficiente, cuando nuestros pies hayan dejado huellas en la tierra húmeda, cuando hayamos respirado el mismo aire y sentido el mismo viento, cuando hayamos probado el mismo pan y bebido del mismo vaso, cuando hayamos permanecido en silencio sin incomodidad, mirando el atardecer que no es metáfora de nada sino simplemente un atardecer, solo entonces podremos regresar a la poesía, pero ya no seremos los mismos.

Regresaremos a ella como quien vuelve a casa después de un largo viaje, cargados de experiencias reales, de historias vividas no imaginadas, de cicatrices que son prueba de que estuvimos ahí, presentes, vivos, vulnerables. Y escribiremos entonces, si es que aún queremos escribir, pero lo haremos diferente. Las palabras saldrán de nosotros como sale el agua de un manantial, sin esfuerzo, sin artificio, puras y cristalinas. Ya no buscaremos la rima perfecta ni la imagen más brillante, porque habremos comprendido que la verdadera poesía no está en el cómo decimos las cosas sino en el qué tenemos que decir, y sobre todo, en el por qué.

Ven, dame esa mano que tiembla de incertidumbre, que duda entre el gesto y la retirada, que ha sido rechazada tantas veces que ya no sabe si debe extenderse. Dámela sin reservas, sin condiciones, sin la expectativa de que este encuentro sea eterno o siquiera largo. Dámela simplemente porque en este momento, en este instante fugaz que ya es pasado mientras lo nombramos, estamos aquí, tú y yo, dos seres humanos en medio del vasto universo indiferente, dos conciencias que se reconocen y deciden, contra toda lógica, contra toda sensatez, no estar solos.

Dejemos que la poesía vuele, que se remonte más allá de las nubes, más allá de las estrellas que tanto hemos invocado en nuestros versos sin realmente mirarlas. Que vuele hasta perderse de vista, hasta convertirse en un punto insignificante en el horizonte infinito. Y nosotros, aquí abajo, con los pies en la tierra y las manos entrelazadas, aprenderemos a vivir sin el filtro de las palabras, sin el refugio de las metáforas, desnudos ante la realidad que es más extraña, más hermosa y más terrible que cualquier cosa que hayamos imaginado.

Porque la vida, la verdadera vida, no cabe en los versos, se desborda, es demasiado vasta, demasiado compleja, demasiado caótica. Y sin embargo, cuando finalmente la tocamos, cuando la abrazamos con toda su imperfección y su desorden, descubrimos que no necesita ser poetizada para ser perfecta. Que su perfección reside precisamente en su imperfección, en su desorden, en su capacidad de sorprendernos y decepcionarnos a la vez, de levantarnos y derribarnos, de darnos todo y quitarnos todo en el mismo movimiento.

Dame la mano, te ruego ahora no con palabras sino con la urgencia de quien sabe que el tiempo se agota, que cada segundo que pasa es un segundo menos, que la muerte espera paciente al final del camino y no le importan nuestros versos, nuestras metáforas, nuestros intentos desesperados de detener el tiempo con palabras. Dame la mano y seamos inmortales a nuestra manera, no a través de los poemas que dejemos escritos sino a través de este momento compartido, de esta decisión de estar presentes el uno para el otro, de esta valentía de ser vulnerables y reales.

Y cuando finalmente la poesía regrese a nosotros, porque siempre regresa, la recibiremos como a una vieja amiga que nos ha perdonado por dejarla ir. Vendrá transformada, enriquecida por su viaje, llena de historias que contar y mundos que mostrar. Pero ya no seremos sus esclavos, sino sus compañeros. Ya no escribiremos para huir de la vida, sino para celebrarla. Ya no usaremos las palabras como escudo contra el dolor, sino como puente hacia la comprensión. Ya no haremos de la poesía una torre de marfil, sino un camino de tierra que todos pueden transitar.

Así que ven, dame esa mano que espera ser tomada, y caminemos juntos hacia el horizonte donde la poesía y la vida son una sola cosa, donde el verso y el gesto se funden, donde la palabra y el silencio se abrazan, donde todo lo que hemos separado vuelve a unirse en la totalidad que siempre fue. Dejemos que la poesía vuele, sí, pero volemos con ella, no como palabras en una página sino como seres de carne y hueso que han decidido que vivir es el poema más hermoso que jamás escribirán, aunque no quede registrado en ningún libro, aunque nadie lo lea excepto nosotros mismos, aunque se desvanezca con nuestro último aliento.

Porque al final, cuando todo se haya dicho y hecho, cuando los libros se cierren y las palabras se silencien, lo único que quedará será esto: el recuerdo de dos manos entrelazadas, el eco de dos corazones que latieron al mismo tiempo, la certeza de que, al menos por un momento, no estuvimos solos en esta inmensidad incomprensible que llamamos existencia.

DÉJAME LLORARTE

Otro aniversario que no coincidimos
Déjame creer que a veces tú también
Te imaginas conmigo
Ya hice las paces con tenerte ausente
Y puede parecer que es mejor sin ti
Pero yo quiero verte

Déjame llorarte porque
Porque nunca fuimos
Porque te he esperado
Tengo bajo llave tantas ilusiones
Y sueños guardados
Y si te interesa, yo aquí siempre he estado
Y al final del día, aunque duela tanto
Ya te he perdonado

Yo no cambiaría nada por perderte
Me cuesta creer que no sientas igual
Que el tiempo se nos pierde

Déjame llorarte porque
Porque nunca fuimos
Porque te he esperado
Tengo bajo llave tantas ilusiones
Y sueños guardados
Y si te interesa, yo aquí siempre he estado
Y al final del día, aunque duela tanto
Ya te he perdonado

Déjame llorarte porque
¿Otro aniversario de qué?
Para qué te lloro, no sé

Porque nunca fuimos
Si es que te he esperado
Tengo bajo llave tantas ilusiones
Y sueños guardados
Y si te interesa, yo aquí siempre he estado
Y al final del día, aunque duela tanto
Déjame llorarte porque

Compositores: Manuel Ramos Quintana / Paula Arenas
Canta: Paula Arenas

HASTA QUE LLEGASTE TÚ

Había olvidado que el corazón también respira. Que late de otra manera cuando alguien pronuncia tu nombre en medio del silencio. Andaba yo por la vida como quien camina descalzo sobre vidrios rotos, desconfiando de cada paso, de cada mirada, de cada palabra que sonara demasiado dulce. El amor se me había convertido en una cicatriz que dolía al tacto, en una puerta cerrada que ya ni siquiera me atrevía a tocar.

Guardaba mis sentimientos bajo llave, como quien esconde dinero de una guerra que nunca termina. Me había acostumbrado a la soledad de dos, a esas relaciones donde uno está pero no vive, donde uno abraza pero no siente. Y así me fui volviendo piedra, muralla, fortaleza vacía.

Pero entonces apareciste tú. No con fuegos artificiales ni promesas de telenovela. Llegaste como llega la madrugada después de una noche muy larga: despacio, sin hacer ruido, iluminando todo. Y yo, que ya había jurado no volver a arriesgar el pellejo en esto del amor, me encontré bajando las defensas, abriendo ventanas que llevaban años clausuradas, dejando entrar el aire fresco de tu risa.

Volvió a creer en el amor este corazón escéptico, este que ya se había resignado a latir por costumbre nomás. Y no fue magia ni milagro—fue simplemente que llegaste siendo quien eres, sin máscaras, sin juegos, siendo verdad en un mundo que se había vuelto puro disfraz. Y eso, mi amor, eso fue suficiente para que volviera a creer.

SU CAFÉ...

Su café...
su ternura...
su tinta, señora
me marca como si fuera suyo

Cada palabra suya me nombra,
cada gesto me escribe,
cada silencio suyo me firma el alma.

Y yo que ya soy verso
solo me dejo llevar
por la calidez de su aroma,
por el arte de su voz,
por la tinta que me reclama
como propiedad del corazón.

VUELVO A VERTE

Se acabó, ya no hay más
Terminó el dolor de molestar
A esta boca que no aprende de una herida
He dejado de hablar
Al fantasma de la soledad
Ahora entiendo, me dijiste que nada es eterno
Y solo queda subir otra montaña
Que también la pena
Se ahoga en esta playa
Y es que vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Y que se entere el mundo
Que de amor también se puede vivir
De amor se puede parar el tiempo
No quiero salir de aquí
Porque vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Y que se entere el mundo
Que no importa nada más
Esta humilde canción
La que está arrancándome la voz
Va llevándome a un latido diferente
Corre por mis venas
La música de un alma libre
Y sin cadenas, sin luz que perseguir
Y es que vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Que se entere el mundo
Que de amor también se puede vivir
De amor se puede parar el tiempo
No quiero salir de aquí
Porque vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Que se entere el mundo que no importa nada más
Y es que vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Y que se entere el mundo que
Que de amor también se puede vivir
De amor se puede parar el tiempo
No quiero salir de aquí
Porque vuelvo a verte otra vez
Vuelvo a respirar profundo
Que se entere el mundo que no importa nada más
Que se entere el mundo que no importa nada más

Canta: Malú
Compositores: Pablo José López Jiménez 

ESTA VIDA

Me gusta el olor que tiene la mañana
Me gusta el primer traguito de café
Sentir como el Sol se asoma en mi ventana
Y me llena la mirada de un hermoso amanecer

Me gusta escuchar la paz de las montañas
Mirar los colores del atardecer
Sentir en mis pies la arena de la playa
Y lo dulce de la caña cuando beso a mi mujer
Sé que el tiempo lleva prisa pa' borrarme de la lista
Pero yo le digo que

Ay, qué bonita es esta vida
Aunque a veces duela tanto y a pesar de los pesares
Siempre hay alguien que nos quiere
Siempre hay alguien que nos cuida
Ay, ay, ay, qué bonita es esta vida
Aunque no sea para siempre
Si la vivo con mi gente
Es bonita hasta la muerte con aguardiente y tequila

Me gusta escuchar la voz de una guitarra
Brindar por aquel amigo que se fue
Sentir el abrazo de la madrugada y llenarme
La mirada de otro hermoso amanecer
Sé que el tiempo lleva prisa pa' borrarme de la lista
Pero yo le digo que

Ay, qué bonita es esta vida
Aunque a veces duela tanto y a pesar de los pesares
Siempre hay alguien que nos quiere
Siempre hay alguien que nos cuida
Ay, ay, ay, qué bonita es esta vida
Aunque no sea para siempre
Si la vivo con mi gente
Es bonita hasta la muerte con aguardiente y tequila

Compuesta por: Jaime Flores / Luis Carlos Monroy / Raúl Ornelas.
Canta: Jorger Celedón

GANAS MUTUAS

Cuando las ganas son mutuas,
la pasión es inevitable.
Las miradas se encienden,
los cuerpos se reconocen
antes de tocarse.

El aire se vuelve pesado,
la respiración, urgente.
No hay palabras,
solo el lenguaje de las manos
buscando piel,
de las bocas encontrándose
hasta quedar sin aliento.

La ropa cae como promesa rota,
el deseo se desata en la penumbra,
y cada movimiento es un incendio
que consume la razón.

En ese instante
no existe el mundo,
no existe el tiempo,
solo el placer que estalla
cuando dos almas se reclaman
y se hacen suyas sin pedir permiso.

MI AMOR.ME ESPERA CADA DÍA

Hay una luz que se enciende cada mañana en el umbral de mi pecho, y es la certeza de que alguien me espera. No es la espera vacía, esa que devora las horas como un animal hambriento, sino la espera llena, rebosante, la que construye puentes invisibles entre el amanecer y el crepúsculo.

Mi amor me espera cada día. Y en esa espera hay una promesa que no necesita palabras, un pacto sellado con la mirada, con el roce de las manos al despedirnos, con ese último adiós que ya lleva dentro el abrazo del reencuentro.

Me voy por las calles sabiendo que hay un lugar donde mi ausencia tiene forma, donde dejo un hueco cálido que nadie más puede llenar. Y eso me hace caminar distinto, respirar distinto, como si llevara un sol pequeño en el bolsillo de la camisa.

La felicidad no es siempre ese estallido de fuegos artificiales que pintan el cielo. A veces es apenas esto: saber que al final del día habrá una puerta que se abre, unos ojos que buscan los míos, una voz que pronuncia mi nombre como si fuera la primera vez, como si mi nombre fuera el único nombre del mundo.

Mi amor me espera. Y yo regreso, una y otra vez, como el río que vuelve siempre a su cauce, como el pájaro que conoce de memoria el camino a casa. Porque la dicha más profunda no está en los grandes gestos, sino en esta pequeña eternidad que se repite: ser esperado, ser recibido, ser amado en la cotidianidad de cada atardecer que cae sobre nuestras cabezas como una bendición silenciosa.

TU VOZ

Tu voz es como una canción lenta
que se cuela por mi piel,
que me acaricia por dentro
como si fuera melodía hecha suspiro.

Y eso que tú, 
los versos me has regalado han sido escritos 
pero esas pocas letras,
y era como escuchar tu voz 

Y me bastaron para soñar,
para sentir que cada palabra tuya
tenía mi nombre escondido,
mi deseo tatuado,
mi silencio convertido en canción…

MADRIGAL EFUSIVO

Déjame amar tus claros ojos, tienen, lejanías sin fin, de mar y cielo, y sus fulgores apacibles vienen hasta mi corazón como un consuelo.

Deja que con tus ojos, se iluminen mis viejas sombras y se vuelvan flores; deja que con tus ojos se fascinen, como aves de leyenda, mis dolores.

Que vea en ellos astros errabundos, que en ellos sueñe inexplorados mundos, que en ellos bañe mi melancolía...

Son tristes, luminosos y profundos, como puestas de sol, amada mía.

VEN

Ven,
conjuguemos los deseos
que tanto escribimos,
que tantas noches han temblado
en la punta de nuestros dedos.

Hagamos del verbo amar
un imperativo urgente,
del verbo tocar
una oración eterna,
y del verbo desear
el idioma de nuestra piel.

Ven,
declinemos juntos el placer:
yo te sujeto, tú me muerdes,
yo te bailo, tú me gritas,
y en cada conjugación
nuestros cuerpos inventan poesías.

Hagamos del presente
nuestro único tiempo,
del futuro,
una promesa temblorosa
que se repite
cada vez que nos encontramos.

Ven…
conjuguemos los deseos,
sin comas, sin pausas,
hasta que el último verso
sea un gemido compartido.

NO SON SOLO LETRAS

No son solo letras,
Lo que escribo
son emociones, ilusiones,
es la voz que tiembla
cuando el alma habla en silencio.

Las emociones no se traducen,
las ilusiones no se explican,
simplemente se sienten,
se clavan en el pecho,
te hacen cerrar los ojos
y sonreír sin querer...