Como cada tarde, ella llegaba presurosa y enamorada para encontrarlo y refugiarse en sus brazos.
Eran sus íntimos momentos que gozaban plenamente y que no recordaban bien a bien cuando se había convertido en un hábito inigualable.
Sentados en la terraza ella cobijada en sus brazos, miraban y disfrutaban cada día el crepúsculo que se escondía atrás del campanario de la iglesia, mientras el momento cumbre llegaba, miraban a la gente que caminaba sobre la plaza central, se intercambiaban miradas, sonrisas, caricias y besos... Los más tiernos, dulces, profundos y enamorados besos.
Así transcurrían sus días, con pocas palabras, porque los enamorados se comunican con el corazón, cada vez más unidos sin importar que el tiempo a él inevitablemente se le acababa.
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