Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Allí, rubio sofoco de la siesta…

Allí, rubio sofoco de la siesta,
allí, mujer y espiga, entre las mieses,
allí fueron tus glorias y reveses
y la amapola -el grito- de tu fiesta.
Allí supiste todo lo que cuesta
el dejarse vivir -sin que supieses
que pagabas de más, aunque te dieses
de menos- en el curso de una siesta.
Una tarde de junio, como ésta…
Si, desde allí, donde me aguardas, vieses
de aquel sol tan en alto lo que resta…
Ve, ve, desnuda y sola, en estos meses
de estío, y no en la siesta, ve a la puesta
de sol, a recordar entre las mieses.

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