Se les habían acabado todas las palabras.
Y con un poco de miedo, en todo ese silencio se preguntaban si era porque ya se habían dicho todo.
Todas las verdades, las mentiras, los sueños y las pesadillas, y hasta las victorias de todas sus derrotas.
Y se miraban sin mirarse, esperando que la palabra irrumpiera el momento.
Y esperaban.
Y uno esperaba que el otro lo hiciera.
Pero después de unos minutos el silencio se volvió temor y tristeza, y empezó a empañarles los ojos que se miraban las bocas.
Entonces las manos, que siempre dicen la verdad sin miedo, se encontraron en el otro.
Y en silencio entendieron los silencios, que ya no gritaban.
Dejándose ser.
Amando más allá de toda palabra.
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